En el segundo cuaderno de All In Catwoman, la guionista Torunn Grønbekk continúa con la mimetización de Selina Kyle en una suerte de súper espía capaz de enfrentarse a todo y a todos sin despeinarse.
«¿Y no tenía sentido del humor?«
La trama propuesta por Grønbekk ahonda en un pasado que todavía se nos muestra difuso porque desconocemos tanto los motivos cómo la identidad de quien quiere causarle la muerte a nuestra protagonista. Ella, sin embargo, sí sabe el porqué, pero tampoco está dispuesta a hablarnos de ello.
La propuesta de Grønbekk es arriesgada en el sentido de que después de seis capítulos seguimos prácticamente como al principio. Quizás con mayores expectativas respecto al secreto que maneja Catwoman. Así de importante será que después de seis meses de colección (la cadencia de la serie es mensual), sigue bajo llave. Esas expectativas son un arma de doble filo, porque si bien ayudan a mantener alto el interés, pueden derivar en una profunda decepción si la resolución se revela como un mero truco narrativo. Porque la autora se ha preocupado en captar nuestra atención hacia dicho secreto. Desde ese momento dejó de ser un simple macguffin.
Por el camino, la escritora noruega impregna a Selina de sus días marcando el destino de Viuda Negra y la hábil ladrona ve potenciadas sus habilidades, como decíamos, hasta transmutar en digna heredera de Sydney Bristow (Alias) o Lorraine Broughton (Atómica). Per se no es algo negativo; todo lo contrario, pues permite ver a la gata en otros registros. El problema es que se siente tan desubicada a la protagonista que perfectamente podría ser una aventura encabezada por las marvelitas Jessica Drew o Bobby Morse, auténticas espías.
Quien sabe, igual la sorpresa que nos tiene guardada Torunn Grønbekk es que Selina Kyle fue una reconocidísima agente secreto antes de pasarse a la sustracción de joyas y obras de arte.

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