Si estás buscando un drama sobre un monstruo de corazón humano pero apariencia salvaje, esta serie de Hombre-Cosa no es lo que buscas. Pásate a la Cosa del Pantano. O a casi cualquier adaptación de los personajes clásicos de la Universal. Pero el Hombre-Cosa de R. L. Stine no, no es este tu cómic si es eso lo que buscas. En realidad, eso habría que haberlo tenido claro ya desde que nos percatamos de que Stine es el autor de las 62 novelas juveniles de Pesadillas, de cuyo tono algo se cuela en esta reinterpretación de lo que en origen era un personaje creado para combar las fronteras del férreo Comics Code Authority. Eso es un tiempo pasado, el presente nos lleva a preguntarnos continuamente qué demonios estamos leyendo.
Aquí, el Hombre-Cosa intenta abrirse camino en el mundo real. Es actor. Y de repente su mundo cambia. Primero por decisiones mundanas y después por una sucesión de acontecimientos que le llevan a tratar de reconquistar a su amada mujer. Todo muy loco y estrambótico, sí, pero es que esa es la sensación que Stine quiere dar. Con complacencia cero por parte del autor, alejado del drama y volcado en casi en el surrealismo onírico, y perplejidad absoluta por parte del lector ante el carrusel de locuras que ve (y eso, ojo, no tiene por qué ser bueno ni malo a priori), asistimos a una historia estrafalaria en la que hay absolutamente de todo.
En muy pocos números, Stine nos lleva a otras dimensiones, a mundos extraños, a la propia mente del protagonista, a mostrarnos personajes improbables, incluyendo el cliffhanger final en un mundo alternativo que casi provoca la carcajada (y, repetimos, eso no es bueno ni malo per se). Asumámoslo, cada página se convierte en la siguiente loca idea que tiene por objeto sorprender al lector. Y sí, es absolutamente imposible de predecir lo que va a suceder a continuación, en la que hay hasta una escena romántica imaginada o un hombre descabezado que no deja de hablar.
Lo curioso es que tiene un dibujo, el de Germán Peralta, que habría encajado con cualquier otro tono. Es espectacular, domina las criaturas con la misma facilidad que un mundo realista, y por eso el salto de lo cotidiano a lo abiertamente fantástico no es nada abrupto. Al contrario. No es que Stine nos aleje del Hombre-Cosa, porque la conexión emocional que busca se puede dar incluso con lo estrambótico que es todo, pero si no llega a producirse por la vía de la historia está claro que Peralta sí es capaz de engancharnos en todo momento. Y cuanta más fantasía hay, más brillante parece su labor.
Este Hombre-Cosa es un tebeo tan raro que es difícil hasta explicarlo. Requiere una mente muy, muy, muy abierta. Mucho. Porque, de lo contrario, la perplejidad nos devora por completo, y más si la expectativa es la mencionada al principio. Lo que no queda claro es si esto es la Pesadilla Marvel de Stine o la del lector, porque da la impresión de que este es el típico tebeo que se adora o se odia con la misma intensidad.
Podéis leer a Juan Rodríguez Millán en Cómic para todos.
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