Desde la irrupción de Miles Morales (primero en el universo Ultimate y luego en Tierra Primordial), no ha habido una colección arácnida que haya entusiasmado tanto a los fans… hasta la llegada de Spider-Gwen. Lo que nació como una suerte de broma/guiño para los fans en el marco del Universo Spiderman ha acabado convirtiéndose en una de las cabeceras marvelitas más frescas e interesantes de los últimos tiempos.

Lejos de plegarse a la sombra de Peter Parker, la Gwen Stacy de Tierra-65 ha sabido ganarse su hueco entre las autoridades arácnidas, formando parte de eventos como La conspiración del clon o compartiendo aventuras con Lobezna o Seda y Spiderwoman. Su vida al margen del día a día editorial en Tierra-65 les ha dado un margen de maniobra enorme a Jason Latour y Robbi Rodríguez, que han tenido la oportunidad de jugar con los elementos canónicos de Spiderman y retorcerlos al límite hasta hacerlos irreconocibles. Siempre pensando en el bien de Gwen Stacy y hacer de su cabecera algo que verdaderamente mereciera la pena. Así hemos visto a Matt Murdock convertido en Kingpin o a Harry Osborn como sosias del Lagarto.

Que Spider-Gwen ha calado entre la gente lo demuestra que en Panini Cómics hemos alcanzado ya el tercer tomo de la colección (a sumar a los capítulos que se incluyeron dentro del tomito mensual de Spiderman, correspondientes al primer volumen de la serie), y el «experimento» parece no tiene visos de agotarse a corto-medio plazo. Los grandes hitos en la trayectoria de Peter Parker y algunos de los escenarios más icónicos marvelitas tienen su hueco en estas páginas, pero pasados por el filtro impuesto por Latour y Rodríguez, confiriéndoles una apariencia más urbana y más millennial, si se quiere, aludiendo al que es su público potencial. La serie no reprime sus deseos de versionar imágenes o personajes del universo Marvel convencional, pero evita caer presa de sus deudas o peajes. Busca una simplificación de conceptos y que el escenario en el que se mueva Gwen sea más o menos asumible. Esto explica la ausencia de supergrupos como los Vengadores o de los mutantes como tal, dando a Logan (que se presenta en este volumen) un origen muy diferente.

A este respecto, Spider-Gwen se revela como una serie muy interesante para aquellas personas que busquen una lectura independiente, a la que puedan entrar sin miedo. Pero también para todas aquellas conocedoras del universo Marvel, pues encontrarán multitud de guiños y redescubrirán otras tantas cosas desde un prisma muy diferente. Con todo, hay elementos que no cambian, o que lo hacen muy poco, como la rectitud del capitán Stacy o la peligrosa tentación que supone el simbionte Veneno. Es decir, gratuidad la justa. Esto hay que tenerlo claro. Según nos sumergimos en la lectura de Spider-Gwen vemos que Latour no está construyendo su historia al azar, sino que hay una fuerte coherencia en su relato.

En las páginas de Depredadores Gwen sigue corriendo por salvar su vida y la de sus seres queridos. Pero ahora los monstruos no son solo quienes le dan caza, sino también las presas. Desde el inicio de la colección el dilema del monstruo siempre ha estado presente. Incluso en el fatal destino que corrió Peter. En la animalización figurada de Frank Castle o la literal del joven Osborn. Sin olvidar a la maquiavélica Cindy Moon de este universo. La monstruosidad es una constante de la colección y ahora se le plantea a Gwen la gran pregunta de si está dispuesta a abrazar dicha monstruosidad para seguir siendo una heroína. Y la respuesta viste de negro.