Deberíamos estar muy agradecidos a Jason Latour por lo desarrollado en estos cerca de tres años de aventuras de Spider-Gwen (cuatro si contamos desde su primera aparición en Universo Spiderman). Más después del emocionante punto y aparte (la heroína tiene el futuro asegurado más allá de esta cabecera) que ha concebido junto a Robbi Rodríguez, compañero de fatigas en esta exitosa aventura.
La que nació con un descarado producto de mercadotecnia tardó muy poco tiempo en hacerse con el cariño del público y de los editores arácnidos, que olieron su potencial invitándola a pasearse por las más variadas colecciones (como ya señalamos en la reseña de Spider-Gwen: Depredadores), hasta dar el salto al cine y la televisión gracias a Spider-Man: Un nuevo unvierso y Marvel Rising respectivamente. Pero dejando al margen la creciente notoriedad del personaje, lo más importante del trabajo de Latour y Rodríguez con esta versión arácnida de Gwen Stacy ha sido arrancarle la pátina de compasión y tragedia que siempre ha acompañado a la que fuera el primer amor de Peter Parker.
Gwen Stacy ha conseguido, por méritos propios, dejar de ser la tal o cual de Spiderman para ser un personaje con la suficiente entidad como para reivindicar su propio espacio y sin tener que rendir cuentas a terceros. Lo ha logrado ella misma, siendo un personaje honesto, que ha sabido tomar los elementos que necesitaba de su referente original y descartar sin miedo aquellos que no le aportasen nada, escribiendo su propio camino. Las generaciones que conocieron a la primigenia Stacy y las que crecimos con el matrimonio de Mary Jane y Peter, siempre vimos a Gwen con cierta lástima por culpa de su terrible destino. Pero las mentes vírgenes de las generaciones actuales, las mismas que ven sin prejuicios como Miles Morales puede tomar el manto de Spider-Man o que Jane Foster sea digna del Mjolnir es la misma que nos ha permitido a todos redescubrir el potencial de Gwen, a ella incluida.
La cabezonería y la valentía son dos de los aspectos que vienen definiendo a la heróina y a la colección desde su mismo nacimiento. Nada es intocable para Latour, cualquier cosa puede reescribirse y tomar un significado diferente, y todo puede pasar de ser temporal a permanente. Lo ha sido la propia Gwen Stacy, lo han sido el rumbo de muchos de los personajes aparecidos en su Tierra-65 (Matt Murdock es el ejemplo perfecto) y lo es el impredecible simbionte Veneno.
Olvidad lo que sepáis de él, lo que hayáis leído en otras colecciones. Ya en su concepción en Tierra-65 se atrevió a combinar las tramas del origen del Lagarto y de Spider-Gwen, vinculándola irremediablemente a ella. Y aunque hace honor a su fama, sacando la faceta más brutal de la araña, este Veneno no es sino un catalizador de las emociones de Gwen, las amplifica y nos permite ahondar en su ser. En las versiones tradicionales del simbionte, este lleva al héroe de turno a luchar contra su maligna influencia, o lleva a despertar los instintos asesinos del villano al que toque. En esta versión, sin embargo, sirve de herramienta para que la joven Stacy encuentre el camino de vuelta a casa, se empodere y luche contra su trágico destino. El que desde el comienzo de sus aventuras Spider-Gwen haya coqueteado con el multiverso y que su versión de Tierra-617, ante su visión, tome un camino de rebelión, no hace sino reforzar la apreciación del tremendo potencial de Gwen Stacy y sus infinitas posibilidades como protagonista de su historia.
En su despedida, al convertirla en Gweneno, Jason Latour no se ha dedicado a apropiarse de uno de los iconos contemporáneos del entorno arácnido y darle un lavado de cara, sino que ha permitido a Gwen Stacy desnudarse y mostrar toda su humanidad. Ha permitido al personaje enfrentarse a sus miedos y a reconectar con su mundo, abriéndole la oportunidad de definirse a sí misma y comerse el futuro.
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