«Quédate quieto, la cámara hace cosas raras«
He dejado que pasara un rato desde que terminé de leerme Nuevos Mutantes #13: Reinado de X y hasta que me he puesto con la reseña. Por un lado porque, sin que sirva de precedente, me ha gustado lo que nos propone Vita Ayala, una serie de relatos que se van entrelazando y que siguen a dos grupos de mutantes muy definidos: a los más jóvenes y adolescentes de todos (aquellos que acaban de obtener sus poderes y que ahora han de aprender a controlarlos a la vez que son víctimas de sus hormonas) y a los un poco más mayores, que hasta anteayer estaban en el primer grupo y ahora han de aprender a caminar solos por la vida a la vez que tratan de guiar a los más novatos con sus experiencias personales. Me ha gustado porque ambos grupos están perfectamente descritos, porque los adolescentes hacen cosas de adolescentes y reaccionan como tales, no son héroes (aunque quieran serlo) ni villanos, sino que son chavales inexpertos cometiendo sus propios errores y tomando las decisiones que los marcaran de cara al resto de sus vidas. Y porque los no tan adolescentes son esos llamados jóvenes adultos que deberían estar comiéndose el mundo pero que, en el contexto de la situación mundial actual, más bien parece que el mundo se los está comiendo a ellos.
Y por el otro, porque me fijo en algunos detalles de esta entrega y no puedo sino trazar similitudes con cosas que vamos leyendo por la prensa pandémica de estos días. Fiestas descontroladas, no-asunción de responsabilidades, desprecio hacia las figuras de autoridad… Cualquiera de quienes leáis esto tendréis claros ejemplos en la cabeza. ¿Y qué vemos en este cómic? Pues a tres mutantes llevando un juego mucho más allá del límite, a otros cuantos abusando de los más pequeños y débiles, a esos mismos tratando de enfrentarse a Magik (¡ay, corderitos!)… Al menos la primera y la tercera son cosas que son comunes a la juventud de cualquier época: Ellos son así porque nosotros lo fuimos y nuestros padres y nuestros abuelos también lo fueron. La segunda, en el fondo, también lo es, porque duele en el orgullo de quien se siente en posesión de la verdad y se ha envalentonado con la inmortalidad que otorga el exceso de hormonas que alguien nos recuerde que nos equivocamos. Pero lo que sí que es debatible es el papel de los padres y de la sociedad en su conjunto cuando estos desafíos se suceden.
«Es hora de decir ‘lo siento’ y afrontar las consecuencias«
‘Cuando era pequeño y me castigaban en el cole, sabía que me esperaba otro castigo en casa cuando llegara. Sin embargo ahora los padres van a protestarle al profesor cada vez que éste le impide ir al recreo o le suspende‘. Que levante la mano el que haya oído o directamente haya pronunciado alguna vez estas palabras u otras similares. La reacción de toda una generación ante los castigos (proporcionados o no) impuestos por la figura de autoridad de turno fue de acatar y, si acaso, reflexionar de puertas hacia adentro. Sin embargo, vivimos en una época en la que, con los padres atrapados en jornadas interminables de trabajo y sin posibilidad apenas de hacer vida familiar, a veces el único punto de unión entre padres e hijos pasa por ponerse de su lado cuando los más jóvenes tratan de imponer su visión ante los profesores o cualquier otra figura externa. Esto, que claramente es un error, ha conducido a enfrentamientos que rozan el ridículo y hace un favor muy pobre de cara a la maduración de las generaciones que vienen detrás de nosotros.
Ayala, sin avanzar demasiado en las tramas que mantiene abiertas, deja en este número unas pinceladas muy certeras de lo que significa ser joven y ser adulto, de la fina línea que separa a estos estadíos a ciertas edades y de los desafíos que todo el proceso de maduración nos propone. No sé hacia dónde se dirigirá esta colección, pero he disfrutado con la lectura de esta entrega.
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