Con la vista puesta en la noche de Halloween Planeta Cómic publica el segundo volumen de Hay algo matando niños, la fantasía oscura con la que James Tynion IV (en estrecha colaboración con Werther Dell’Edera y Miquel Muerto) quiere colarse entre nuestros terrores favoritos. Y si en su primer tomo esta aventura de terror sorprendió, su segunda entrega confirma y mejora las impresiones iniciales.
«No seas tan dramático«
En este segundo volumen el centro de atención dejan de ser Erica y el joven James. Siguen teniendo cierta importancia en la trama -sobre todo ella-, pero la acción toma un cariz más general y es el pueblo en su conjunto, sus gentes, quienes se convierten en protagonistas de este terrorífico relato.
Esto se debe a que Tynion decide explorar las consecuencias del ataque del monstruo que en el primer volumen atemorizó al pueblo de Archer’s Peak. En lugar de avanzar rápidamente hacia el siguiente enfrentamiento (siempre hay más de un monstruo), el guionista pone el foco en las secuelas de dicho ataque. Los supervivientes, las familias de las víctimas, la actuación de una policía a la que se le escapa el alcance de la amenaza… El miedo y el dolor ante la tragedia vivida se alían perversamente para inquietar a todo el pueblo que, sin saberlo, se está convirtiendo en una trampa.
Los capítulos aquí reunidos juegan a incrementar la tensión poco a poco, pero de forma implacable. La amenaza no para de crecer hasta estallar en las últimas páginas… y dejarnos con la miel en los labios y con unas ansias terribles por echar el guante al siguiente tomo. El equipo creativo trabaja muy bien el ritmo de una obra en la que hay mucha menos acción de la que pudiera parecer. De momento se presenta como una obra más atmosférica y que busca expandir su lore en pequeñas píldoras a medida que vamos conociendo más acerca de Erica y la Orden a la que pertenece, así como la naturaleza de las criaturas que nos acechan.
A medida que avanzamos en la lectura, la mitología de Hay algo matando niños va cimentando la historia y los monstruos que se alimentan del miedo infantil, de sus emociones sin filtro, se van volviendo más reales. Es hora de temer a los monstruos.
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