A la cuarta ha sido la vencida. La tercera si no consideramos su anterior intento como Masacre en Lobezno: Orígenes. Ryan Reynolds ha dado por fin con la tecla en el género del pijameo con un personaje que escapa de los esquemas predominantes en las historias de superhéroes.

Masacre -o Deadpool, como se han empeñado en llamar al personaje en nuestro territorio en su salto al cine-, es un mercenario que después de prestarse voluntario a sufrir unos tortuosos experimentos adquiere un poder de regeneración comparable al del propio Lobezno, y retoma su discutible actividad profesional, aliándose de cuando en cuando con las diferentes alineaciones y equipos de los X-Men.

La película, estructurada en torno a dos grandes escenas de acción y un enorme flashback en el que se nos narran sus orígenes, marca importantes distancias respecto a otros films salidos de la factoría Marvel, apostando por el humor negro y la violencia extrema. Para hacernos una idea del tono que persigue el film Kick-Ass o Kingsman podrían servir de referencia, aunque quedan bastante descafeinadas en comparación con ésta (de ahí su calificación R en EEUU y 18 años en España). Deadpool juega también mucho con el humor referencial, desde menciones (unas cuantas) a la carrera de Ryan Reynolds a la propia franquicia mutante o productos como Hora de Aventuras y actores como Liam Neeson. Nada escapa del humor cínico del Mercenario Bocazas.

Tim Miller (quien fuera el responsable de los títulos de crédito de Millennium de David Fincher) nos propone un divertimento sin pretensiones, un thriller de acción al servicio de su protagonista, el rey de la función. Con un montaje trepidante se echa en falta, sin embargo, un mejor acabado a nivel de efectos. Problema de los “escasos” medios con los que ha contado la película. Punteros hace algunos años, hoy “cantan” lo suyo y no sería de extrañar que dentro de un lustro resulten muy anticuados.