Basada en hechos reales, Woman in gold cuenta la historia que rodea al cuadro de Gustav Klimt, el retrato de Adele Bloch-Bauer, esposa de un industrial judío de Austria. Al morir ésta en 1925, como como herederos de su patrimonio estaban sus sobrinos. Pero al estallar la Segunda Guerra Mundial los nazis confiscaron todas sus propiedades, incluidas las obras de arte. Una de sus sobrinas, Maria Altmann –que había huido a Estados Unidos junto a su marido– volvió en 1998 ya anciana a su país para solicitar la obra. El gobierno austriaco había anunciado que devolvería las obras expoliadas por los nazis a sus legítimos dueños. Pero las leyes y el papeleo siempre es una ardua tarea.
La película se centra en una de esas extrañas parejas que tanto juego dan: María Altmann (Helen Mirren) es una anciana con las ideas muy claras y que bastante le ha tocado vivir y que decide volver a su tierra para reclamar justicia, y de la mano de un abogado novato, Randol Schoenberg (Ryan Reynolds). La relación entre ambos personajes se caracterizará por la discrepancia de caracteres. La señora es una persona muy obstinada y el letrado se siente inseguro en esto de llevar grandes casos. El resto de personajes quedan para complementar a la pareja, como el abogado austriaco (Daniel Brühl), la esposa de Randol (Katie Holmes) o altas esferas de turno (como el personaje de Charles Dance).
El argumento recae en el drama exageradamente, sin sutileza alguna, lo que hace que se pierda la relevancia de la historia y se pierda entre tanta pretenciosidad; como el insistente empeño en plasmar los recuerdos de la mujer exiliada a base de sus recuerdos de juventud: Siguiendo las líneas tradicionales, los flash – backs recogen los momentos del pasado en Viena: su boda o la despedida de sus padres serán momentos demasiado con exceso de dulzor.
La producción se mueve bajo el estereotipo del biopic tradicional sin salirse en ningún momento del camino, tanto que casi deriva en un telefilme. Su ritmo es estático y no da sorpresa alguna. Intenta conmover (posee todos los ingredientes para ello), pero se queda en el intento. Las caras de sufrimiento de Ryan Reynolds exorbitadas no ayudan mucho a hacer creíble el drama, y eso que se basa en un caso real. Lo mismo sucede con la banda sonora, que es otra insistente en subrayar los momentos álgidos de la cinta, por si acaso, nosotros el público no nos damos cuenta.
El proceso legal para que se haga justicia con la anciana se resuelve con soltura pero aparece desganado a los ojos del público. Lo mismo sucede con los episodios de la huida de la joven Maria (Tatiana Maslany) en la época nazi. Helen Mirren es el corazón de la película y dibuja la historia con aplomo, como siempre en ella. Desde la pose hasta su acento la actriz cuida su pose dentro de la película, mientras que su compañero Reinolds no puede decir lo mismo. Bruhl apenas aparece y su actuación queda a la par que la de Holmes o el resto de cameos.
El mensaje no podía ser más obvio: Estados Unidos es la tierra prometida, el lugar de la salvación y de las oportunidades, como se manifestaré en varias ocasiones, más explícitamente al acercarse el triunfo final.
Películas sobre la segunda guerra mundial ha habido muchas, pero faltaban títulos que hablasen de la expoliación de las obras de arte. Dada la relevancia del retrato de Klimt, esta historia era digna de mostrarse en metraje y con actores de renombre. Sin embargo este melodrama es demasiado evidente y claramente premeditada. Es una producción mecánica que no ha querido ahondar en el meollo. Lamentablemente no es oro todo lo que reluce, y el del título alega a las láminas del óleo del pintor austriaco. El artista bien merecía un homenaje más elaborado.
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