En su ambición por rescatar y trasladar a imagen real sus clásicos más importantes, así como la de seguir adaptando -como ha sido siempre marca de la casa- aquellos cuentos y relatos que han acompañado a los infantes de tantas generaciones, Walt Disney Pictures ha apostado por traer a la vida al soldadito cascanueces de la historia del prusiano E.T.A. Hoffmann de 1816 (y que sería revisada por Alejandro Dumas en 1844) y que fuera inmortalizado gracias al ballet de 1892 de Marius Petipa y Lev Ivanov con música del Tchaikovsky.
Es a partir de este ballet de donde surge la película dirigida por Lasse Hallström y Joe Johnston (la foto principal fue rodada por Hallström, pero ante su indisponibilidad para ponerse al frente de los reshoots, el estudio contrató a Johnston, que se encargó de rodarlos durante cerca de un mes). Como es habitual en este tipo de reimaginaciones por parte de Disney, El Cascanueces y los cuatro reinos toma como base la fuente original, pero la maquea para acrecentar la épica y las secuencias de aventura. Si no, pensad en Maléfica (Robert Stromberg, 2014) o en Alicia en el País de las Maravillas (Tim Burton, 2010).
El ballet no se queda, sin embargo, en una mera referencia desde la que partir, sino que empapa fondo y forma de la película. La influencia del escenario, de las artes escénicas, es determinante en El Cascanueces y los cuatro reinos. No solo la música de Tchaikovsky es parte esencial del filme, el propio ballet está integrado en el mismo, formando parte de la trama. En determinado momento la pantalla se convierte en un gran teatro, donde el decorado se comporta como tal (recordad la Anna Karenina [2012] de Joe Wright) y asistimos a una bella secuencia en la que una bailarina (Misty Copeland) intepreta fragmentos la obra. Incluso la misma proyección del reparto va en esta dirección, ofreciendo interpretaciones que, en otro contexto, tomaríamos como exageradas o sobreactuadas, pero que en este refuerzan el alma teatral y de cuento que persigue Hallström (y Johnston).
En este aspecto El Cascanueces y los cuatro reinos muestra sus cartas en todo momento y lo que pide del espectador es que se deje llevar. El problema -tanto para quienes no entren al juego teatral de la propuesta, como para quienes sí lo hagan- es que el guion de Ashleigh Powell no termina de estar bien armado, sobre todo en lo que respecta a explicar el contexto en que se mueve la cinta (que se presenta como una pseudosecuela del cuento original), ni en mostrar con la profundidad que se merecen los temas capitales de la misma: el duelo ante una pérdida y el paso a la madurez. De forma que todo el potencial que se la presupone, se diluye por momentos, quedando en un título de impecable factura, valiente en muchas de sus apuestas, pero sin un contenido a la altura.
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