Los fans de los Beach Boys están de enhorabuena. Love and Mercy narra la vida de Brian Wilson, el fundador de la banda. Y lo hace recogiendo dos historias paralelas: su vida en los pletóricos ’60, en pleno apogeo de creación, y en los ’80, donde el músico se puso en tratamiento por padecer crisis nerviosas.
El productor y ahora cineasta Bill Pohlad innova y juega en su primera película con las dos líneas narrativas, algo poco convencional dentro del género. Presenta así por un lado la etapa dorada de la banda californiana, centrándose en el grupo, las relaciones internas y los momentos de grabación. Por otro lado, en una época más adulta, presta atención a la vida personal y más íntima de Wilson. Durante esos años, el cantante estaba recibiendo medicación y siendo tratado por Eugene Landy, un médico muy controlador de su paciente.
Tanto Paul Dano en joven como John Cusack en mayor saben componer la vida del compositor entre los dos, formando un retrato más que honesto. La versatilidad de ambos recrean una vida llena de talento y aires psicóticos, tan bien reflejado en Dano en varias escenas de la cinta. El resto del elenco actoral sabe estar a la altura. Elizabeth Banks está perfecta como Melinda (la pareja de Wilson) al igual que Paul Giamatti en el rol del controvertido doctor. Ambos serán el ángel y el demonio del Wilson mayor, un ser débil y trastocado. Gracias a la aportación de ellos, el rol de Cusack presenta más fragilidad.
La historia recorre los estados psicóticos que tuvo en su juventud –como ejemplo es destacable la escena de Dano en la piscina–, y las turbias consecuencias en su madurez, como la detestable relación entre el terapeuta y Melinda. Esa parte en el filme arranca con el momento en el que la chica y Brian se conocen en un concesionario, y continúa enseñando el desarrollo de su relación pese a todos los contras; pero el idilio sigue su camino (precioso el momento en el concierto escuchando esas Nights in white satin en vivo).
La buena conjugación de vida y obra es gracias al solvente guion, que ha sabido ser polifacético con la figura a retratar. No cae ni en lo cursi ni el puro morbo. Su propósito es mostrar la música como una tabla de salvación, la única cura que el líder de los Beach Boys necesitaba; de ahí la dualidad de la cinta, el hombre y el artista, que como todos ellos, tienen su lado oscuro.
La parte que refleja al joven Brian refiere a su carrera: en los sesenta los Beatles publicaron Rubber Soul, trabajo por el que el visionario músico quedó cautivado, y que dio luz a que naciera Pet sounds. En pantalla se ve el germen del disco, considerado uno de los más importantes de la historia. Unos años en los que el joven, en la búsqueda de nuevos sonidos, componía piezas magistrales como God only knows. Muchas de las secuencias son del estudio de grabación, mostrando la tecnología sesentera al servicio del creador; así engendraron a ese bebé, número uno en las listas de música.
Ambas décadas están muy bien representadas y traídas al metraje. Los actores, sobre todo Dano, están muy bien caracterizados y transportados a las respectivas épocas: psicodelia y estridentes detalles de la juventud que van a juego con el LSD se compensan con el sosiego de la etapa posterior, unos muy bien escenificados años 80 vividos para la recuperación a base de pastillas para la depresión.
Love and Mercy es una película perfecta para cualquier melómano: posee todos los ingredientes para ser una buena biografía de un compositor; su acierto es que se centra mucho en el lado profesional, no solamente en la parte privada de la persona. El aura que marcó al grupo está intacta, como sus canciones, por las que parece no pasar el tiempo. ¿Qué mejor momento que el verano para ver esta película?
No hay mejor tributo para la banda. Se disfruta tanto como un disco recopilatorio de sus grandes éxitos.
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