Neil Gaiman cierra la historia de Sueño con un derroche de epicidad y cerrando todos los caminos que abrió.
«No me gustaría volver a morir, ¿sabes?«
Las buenas historias nunca terminan. Una vez finalizada su andadura en las páginas de este o aquel libro, una vez las hemos escuchado al calor de una hoguera o una vez las hemos soñado enteras permanecen en nuestra memoria por siempre perpetuándose, adquiriendo nuevos significados… creciendo por siempre jamás.
Esto es lo que pasa con Sandman. Me niego a creer lo contrario ahora que, con la llegada del noveno volumen de la colección, contemplamos el fin de la historia que Neil Gaiman pretendió siempre contar (la décima entrega será una suerte de epílogo). Este maravilloso y extenso relato ha echado raíces en el alma de todos cuanto lo hemos leído y resulta complicado no ver desde entonces los cómics, la literatura y la vida misma desde una perspectiva un tanto cambiada tras levantar los ojos por última vez de las páginas de Sandman #9: Las Benévolas. La historia de Sueño, sus aventuras y desventuras, su serenidad y sus difíciles decisiones han calado hondo en todos nosotros y, en cierto modo, nos acompañarán a partir de ahora, creciendo con nosotros y adquiriendo el significado que mejor se adecue a nuestra forma de ser, dando por resultado cientos de miles de ‘Sandmans‘, únicos e irrepetibles, millares de sueños distintos, pero unidos a través del nexo común de la obra maestra de un humilde escritor anglosajón.
«Si alguien le hiciese daño, lo mataría«
En este noveno viaje a los confines del Reino de Sueño Gaiman recorre los cinco años de viñetas dedicadas a Morfeo y va recogiendo todas aquellas historias que quedaron cerradas con un punto y seguido para formar con todas ellas un grand finale apoteósico y digno de la magnitud de la empresa en la que se embarcó en 1989. Volvemos a ver en este volumen al campo de violín, al hombre que se negó a morir, al mismísimo diablo y, sobre todo a los tres grandes protagonistas de la última gran historia de la colección: Lyta, las Furias y el propio señor del Sueño.
A Hippolyta Hall la conocimos en la ya lejana Casa de Muñecas. En aquel segundo volumen de la colección dos de las pesadillas al servicio del Sueño y que habían escapado del reino durante el cautiverio de su señor jugaban con las mentes durmientes del difunto Hector Hall (el héroe conocido como Sandman), su mujer (conocida como Furia) y con la de Jed, hermano menor de Rose Walker, la protagonista del volumen. La entrada en escena de Sueño supuso la ruptura de la ilusión y, con ella, la muerte definitiva de Hector y el reclamo por parte de nuestro pálido protagonista del hijo que Lyta había estado gestando durante los años que permaneció en los confines del sueño. La desaparición de este niño, orquestada por otros personajes a los que el señor del Sueño ofendió o menospreció, provoca la caída de Lyta en una espiral de locura que la llevará a solicitar la intervención de las Erinias, las Furias, a quienes ya tuvimos ocasión de conocer en el primer volumen de The Sandman y que vuelven ahora para hacer cumplir una de las leyes que más veces hemos visto reflejada en las páginas de la colección.
«No te enseñan a decirle a alguien que se muere«
Por el camino nos volvemos a encontrar con Lucifer, retirado del infierno y trabajando de pianista en un club nocturno, con Rose Walker, que vuelve a Inglaterra para obtener unas respuestas que quizá no quiera oír y con el cuervo Matthew y una nueva versión del Corintio, protagonistas en la sombra de una trama secundaria, pero esencial, dentro de la gran epopeya que se nos cuenta en Las Benévolas.
La muerte, con todas sus facetas, es el tema central del libro. Todos los personajes la tienen presente y la evocan en algún momento a lo largo de las páginas que contienen a la historia. Gaiman ya nos ha hablado muchas veces de la muerte pintándola como la amistosa y vital hermana de Sueño. Ahora se permite reflexionar sobre ella desde otros muchos puntos de vista para permitirnos escoger el que más se ajusta a nuestra visión. Así, vemos a Zelda a punto de morir de SIDA, a Matthew huyendo del conocimiento de que podría morir definitivamente, vemos también la resignada (o estoica) aceptación del destino final que nos espera a todos (incluso a los Eternos) e, incluso, la súplica de una muerte rápida de quien sufre lo indecible.
«Y qué muerte. No la de un guerrero, ¿eh? Ciego y humillado. La muerte de un pelele«
El fin de este cómic ya nos fue mostrado al final del número anterior, siendo la tormenta de realidad consecuencia directa de la resolución de esta trama. Es esta otra muestra de la genialidad de Gaiman, que no le esconde nada al lector, pero que demuestra página tras página que lo importante no es conocer el final de la historia («son perores que los principios«, que indica una de las Furias al final de este cómic), sino la trayectoria y el desarrollo que el autor le da a los personajes… O que sufren los personajes al margen de su propio autor, es muy difícil diferenciar cuándo unos actúan sobre el otro y cuándo es al revés.
Sandman, si la Historia es justa, se estudiará algún día en las escuelas. Neil Gaiman es uno de los mayores contadores de historias de nuestro tiempo, un auténtico genio que ha dignificado el mundo del cómic hasta el punto de hacer necesaria la acepción de novela gráfica para separarlo, de alguna forma, de las historias comerciales de superhéroes. Gracias, Gaiman, por estos nueve volúmenes de sueños. Pronto volveremos a vernos.
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