«Era de una sangre diferente a la de su pálida hija«

Estamos bastante acostumbrados a leer relatos de Neil Gaiman que, bajo una apariencia ligeramente terrorífica, esconden una cierta belleza mágica. Sin embargo, ¿qué ocurre si el autor al que conocemos por su Sandman o su American Gods se deja llevar por lo siniestro y lo oscuro? ¿Qué pasa si retuerce un cuento infantil hasta convertirlo en una fábula sobre el horror en la que los malos son los buenos y los buenos son… criaturas carentes de toda humanidad? Pues que nos encontramos con este Nieve, Cristal, Manzanas. O por lo menos con su versión como relato corto, porque para llegar al álbum que ahora publica Planeta hay que dar un salto más: el de poner este relato en manos de la fabulosa artista que es Colleen Doran (por aquí ya la hemos visto a cargo de American Gods y de El Puente del Troll, también de Gaiman, o de apuestas tan interesantes como el Orbitador de Warren Ellis). La artista dota a la historia de un carácter único, espeluznante y, además, hipnóticamente bello, convirtiendo a este fino tomo en otra de esas pequeñas joyas que la editorial suele traer con cierta regularidad.

Nieve, Cristal, Manzanas coge el cuento clásico de Blancanieves y, al igual que ha hecho Disney con alguna de sus villanas, invierte los papeles para convertir a la malvada madrastra en una inocente campesina de la que se enamora un rey que ha enviudado joven y que, de pronto, se ve convertida en la reina de una nación que tiene en su hijastra a uno de sus mayores y más siniestros peligros. Porque sí, aquí Blancanieves (aunque su nombre no es nunca pronunciado) es la mala de la historia. ¡Y qué mala! Gaiman no se contenta con convertirla en una versión oscura de sí misma, sino que hace de ella un peligro real que hace que todos los que conviven con ella sientan un terror paralizante en su presencia.

«Se sentó a horcajadas sobre él y comió«

A partir de aquí la historia transcurre por terrenos que son fáciles de reconocer. El padre fallece, la protagonista se hace cargo del reino y su hijastra es abandonada en el bosque. Sin embargo algo ocurre que hace que todo tome un derrotero mucho más oscuro y atroz. Y Gaiman juega con el relato para poder hacernos creer que ambas historias, la suya y la que hemos leído (o nos han contado, o nos ha mostrado Disney) son compatibles entre sí, en lugar de reflejos sombríos la una de la otra. Es aquí donde reside parte de la gran habilidad del guionista y escritor, en dotar hasta las historias más trilladas de un aura de novedad, de magia y de posibilidades abiertas… Aunque éstas conduzcan a un relato tenebroso y pesimista.

Nieve, Cristal, Manzanas

Pero tanto mérito como Gaiman lo tiene Doran. Su arte evoluciona para convertirse en algo único en este cómic, aplicando lo aprendido en fuentes de inspiración de lo más diverso para terminar ofreciendo un aspecto visual magnífico y ahora ya para siempre atado a esta obra. Nieve, Cristal, Manzanas pertenece a esa cada vez mayor (y nunca suficiente) colección que los aficionados a las historias de Neil Gaiman vamos haciendo con las muchas historias cortas que se han ido publicando en España a través de diferentes editoriales. Esta en particular viene acompañada por un capítulo final en el que la artista nos desvela no sólo cómo fue el proceso creativo para adaptar esta historia al mundo de las viñetas, sino que este lo acompaña de bocetos y fases intermedias que hacen mucho más gráfica toda su explicación.