Han pasado nueve años desde que Panini Cómics pudiera publicar el anterior volumen del Miracleman de Neil Gaiman y Mark Buckingham. La edad de oro llegó a nuestras estanterías en 2016 y ahora, en 2025, recibimos La edad de plata. Los motivos, como siempre en todo lo relacionado con esta obra, tienen mucho que ver con conflictos de derechos y cuestiones ajenas a la labor creativa y poco que ver con los deseos de lectores y autores. Pero como suele decirse «nunca es tarde si la dicha es buena»; y en este caso la espera ha merecido la pena.
«Tengo algunos de sus libros. Me los firmó»
La edad de plata arranca justo donde lo dejaba La edad de oro, en el momento de despertar de Young Miracleman, desaparecido durante 40 años en los que el mundo había dado un giro radical impuesto por Miracleman, impelido a usar su poder para acabar con todos los conflictos del mundo. Miracleman hizo lo que Superman nunca ha hecho y todos (él incluido) sabemos que podría: forzar el cambio y construir su utopía. Así, mientras que en el anterior volumen eramos testigos de cómo funcionaba el mundo gobernado por Miracleman desde su Olimpo, en este se siembra la semilla del cuestionamiento.
El tiempo pasado entre ambas historias (no ya por la edición española, sino la original, pues La edad de oro se publicó originalmente a principios de los 90 y La edad de plata lo hizo ya entrados en los 20 del presente siglo) ha sido muy tenido en cuenta por sus autores, que construyen un relato que puede disfrutarse sin tener un recuerdo fresco de anteriores aventuras. Esto se debe, en buena medida, a la estructura de ambas historias. Mientras que La edad de oro tenía un formato cercano al de las antologías, construida en base a cortas aventuras desde distintas perspectivas al más puro estilo Astro City (es cierto que esta última fue posterior en el tiempo, pero sirve de ejemplo), La edad de plata aborda un arco completo.
En cierta manera hay un proceso de maduración en Neil Gaiman, que ahora se ve capacitado para hablar con Alan Moore de tú a tú y no solo rendirle tributo, jugando con los personajes que aquel rediseñó y atreviéndose a expandir lo ya construido. Es más, la caracterización de cierto personaje, en una función de sabio, evoca precisamente a la apariencia icónica de Moore.
De ahí la interesante decisión de colocar a Young Miracleman como centro de la historia. Este es un personaje conflicto permanente consigo mismo, fuera de su tiempo y su realidad. Secuestrado de niño y convertido en un experimento (como Miracleman), su vida estaba formada de recuerdos inventados e impuestos. Pero después de 40 años desaparecido, la realidad que se encuentra es también una realidad impuesta que no tiene nada que ver con aquella en la que creció ni con la que le implantaron en la memoria. Ante esta situación ¿cómo actuar? ¿Ha de aceptar las cosas tal cual? ¿O debe tomar una posición crítica e independiente?
Es en esta búsqueda de respuestas y de un lugar para sí mismo en este mundo extraño, en donde Buckingham y Gaiman ponen el foco de interés. El joven y poderoso personaje hace un viaje de introspección con el objetivo de descubrir cuál es la verdad que se esconde en los relatos que le han contado y qué hay más allá de la aparente utopía creada por su antiguo amigo y compañero de heroicidades. La edad de plata no incurre en escenas de acción épica o grandes momentos dramáticos; hay alguno, pero siempre con truco. Es un «anti-cómic» de superhéroes en el sentido de que solo vemos a personajes hablando y reflexionando, descubriendo el mundo y a quienes les rodean.
Y al final, cuando Young Miracleman toma finalmente partido, todo conduce a La edad oscura, tercera pata del proyecto de Gaiman y Buckingham que no sabemos si algún día verá la luz (de nuevo por motivos ajenos a la faceta artística). De todas formas el cierre de La edad de plata es satisfactorio. Obviamente si buscáis un desenlace definitivo, no lo vais a encontrar; pero no es menos cierto que el viaje de Young Miracleman finaliza una etapa y pone su vista hacia un incierto horizonte que puede darse o no. De esta manera, si nunca llegase La edad oscura tendríamos un «final», pues las condiciones para su detonación no se habrían dado.
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