«No puedes soñar ni destruir. Ese será tu triunfo y tu tragedia«
Como el mar contra el rompeolas, chocamos en el número anterior contra el final de la fantástica historia que Neil Gaiman desarrolló en The Sandman desde 1989 y hasta 1996. Ahora, como el mar que se retira y deja tras de sí tan sólo la espuma y pequeños charcos que nos recuerdan la furia de su arrebato, ECC nos trae El Velatorio, la última entrega (epílogo y extras) de la maravillosa colección que hemos podido disfrutar a través de la editorial y que ahora sólo podremos continuar a través de los spin-offs (como Los Cazadores de Sueños o The Sandman: ∞) o de la actual precuela que se edita en formato de grapa: Sandman: Obertura.
The Sandman: The Wake (un juego de palabras intraducible ya que en inglés ‘wake‘ puede significar tanto despertar como velatorio) se divide en cuatro partes: Primero somos testigos del velatorio y el funeral por la muerte que cerró el número anterior para luego, a modo de epílogo del epílogo, presenciar un momento en la vida de Hob Gadling después del sueño que compartió con otros miles de durmientes y seres de más allá del Sueño. Cierran este tomo dos historias que avanzan en el tiempo (la primera) para tomar contacto con las nuevas políticas de David como príncipe de los sueños y retroceden (la segunda) para cerrar viejas tramas que comenzaron en el primer tomo de la serie.
«Creo que es algo lento, como un ladrón que entra en tu casa cada día«
Tras el volumen repleto de acción y revelaciones que fue Sandman #9: Las Benévolas, el Velatorio vuelve a enmarcar en tres capítulos un relato completamente onírico. En él prácticamente todos los personajes de alguna importancia en los anteriores nueve volúmenes de la serie hacen acto de presencia y nos muestran un final para sus historias o nos hacen partícipes de alguna enseñanza directamente extraída de los confines del sueño. Domina a esta parte del cómic un tono de melancolía y tristeza tan profundo que es casi imposible no contagiarse de él. Es normal. Después de siete años construyendo con los relatos de estos cómics la obra que le llevaría a la eternidad, Neil Gaiman no pudo sino verter en estas viñetas unas gotas de su cariño por los personajes mezcladas con una ración generosa de esa curiosa sensación de tristeza que nos invade una vez terminamos un trabajo con el que nos sentíamos particularmente felices.
Domingo de Luto es el título del epílogo en el que vemos a Gadling visitar un mercado medieval en compañía de su pareja de este siglo. Allí, este hombre inmortal por decisión propia recibe una visita que le hace reflexionar por vez primera en muchos siglos sobre la muerte de una manera seria y sosegada, sobre su significado y su inevitabilidad. Gaiman nos muestra aquí otra posibilidad para el destino del protagonista de sus historias de la mano del que se consideró durante cientos de años como uno de sus pocos amigos verdaderos. Y es que en este volumen somos conscientes de la pérdida a través de amigos tan dispares como Matthew, Rob Gadling o el propio Shakespeare más que por las acciones de sus familiares o de su sucesor. Los pocos personajes que fueron realmente capaces de alcanzar el corazón del sueño son los que realmente nos pueden hablar con propiedad del mundo que viene después de Morfeo.
«Y al otro lado de la llanura oigo el sonido de la locura«
Le sigue a este relato el de Exiliados. En él se nos introduce a un nuevo personaje que cae en uno de esos lugares blandos que conocimos en Sandman #6: Fábulas y Reflejos. Tenemos así una oportunidad de conocer más a fondo a la nueva encarnación del Sueño, que mantiene una profunda conversación con un consejero del emperador de China en el exilio y deja entrever un profundo cambio en las maneras de funcionar dentro y fuera del Sueño al describirnos al mismo como un proceso liberador en el que nadie debería quedar atrapado. Sin embargo, esta historia habla más sobre el hecho de envejecer y sobre el sentimiento de inutilidad y de ser apartado por los demás que lleva esto asociado. También trata sobre la fidelidad a los ideales y sobre la nobleza de corazón que hace falta para bajar dichos ideales a la Tierra y aprender a convivir con ellos y con la realidad que los imposibilita o transforma.
Cierra el volumen y la colección el retorno, en los últimos años de su vida, de Sueño para reclamar la segunda obra que le exigió a William Shakesperare a cambio del talento para convertirse en uno de los mejores dramaturgos de todos los tiempos. Vuelve a incidir Gaiman por tercera vez en la vejez y en el fin del camino una vez se ha entregado al mundo todo lo que se podría entregar y una vez hemos recibido del mismo lo que éste considere justo que debemos recibir. De las dos obras que Sueño le encargó al autor inglés, la Tempestad es la que nuestro protagonista decide conservar para sí mismo. Habla de renunciar al poder y la responsabilidad que éste conlleva, algo en principio imposible para los Eternos y que, sin embargo, tanto Destrucción como él mismo terminaron por conseguir.
«No existe motivo para olvidar la pólvora y la traición«
Michael Zulli se marca en El Velatorio y en Domingo de Luto un trabajo como dibujante de tal virtuosismo que le valió tres premios Eisner (uno de ellos compartido con Neil). La atmósfera que el guionista pretendía transmitir no habría sido la misma de no ser por la excepcional calidad de las expresiones y los gestos (y los colores de Daniel Vozzo) con que nos regala a la vista este ilustrador americano de escenas de la vida salvaje reconvertido a dibujante de cómics de talento extraordinario.
Tras Zulli le toca el turno a Jon J. Muth, artista más conocido por sus pinturas de influencia japonesa y que le viene como anillo al dedo al capítulo de Exiliados. Para La Tempestad, como no podía ser de otra forma, Neil Gaiman vuelve a asociarse con Charles Vess (que también dibujó su maravilloso Sueño de una Noche de Verano) para cerrar el tomo y la colección con un sentimiento de fin de ciclo tan apabullante como maravilloso.
The Sandman logra una cosa alucinante y es que, tras la lectura de la última de sus páginas una lágrima pugne por salir de los ojos de quien os escribe. No por pena, no por un final triste, sino por la sensación de final y de que será muy difícil volver a sostener en nuestras manos una obra de arte de tal calidad y en la que tanto amor, tantos sueños y tanta sabiduría se han vertido.
Gracias, Neil Gaiman, por compartir con nosotros tus sueños.
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