«No quiero que me vean con mis amigos«
La caída de Tony Stark culmina aquí. Ahora toca que comience a sonar el tema Mark II de Ramin Djawadi (antes de hacerse famosísimo por la cabecera de Juego de Tronos, este señor se marcó unos temas epiquísimos para la primera película de Iron Man) y que nuestro protagonista se ponga a hacer lo que mejor se le da: diseñar, crear, adaptarse y prevalecer. Para ello surge (ya desde hace varios números atrás) el personaje de Emma Frost, una mujer en las antípodas de quienes se han venido relacionando con el Vengador Dorado, pero que se encuentra en un mismo estado de necesidad y que poco a poco está descubriendo que ‘Anthony‘ no es el playboy multimillonario que siempre pensó que era (bueno, no es sólo eso).
La imagen, el escenario, es perfecto. Dos personas que están pasando por un infierno, que han caído desde lo más alto de la cadena alimenticia, en las alcantarillas, heridos y sin apenas amigos a los que agarrarse se sostienen mutuamente mientras se preparan para devolver el golpe a quien les ha hecho caer, a ese enemigo común (Feilong) del que han de vengarse de la manera más cruel y salvaje posible. Mientras tanto, como decía, Emma descubre en la mente de Tony un paisaje desprovisto de chicas fáciles, alcohol y fiestas y éste descubre en la telépata a la mujer fuerte que ya sabía que era, pero con ese dulce fondo hacia sus ‘niños’ que raras veces deja salir a relucir. No estoy diciendo que de aquí vaya a salir la madre de las relaciones románticas, pero sí que comenzamos a ver a dos personajes que nunca habríamos imaginado colaborando comenzando a respetarse más allá de la imagen que se han construido de cara al resto del mundo.
«Hacedme caso, son las palabras más difíciles de decir…«
Y es que, si lo pensamos, estamos ante dos héroes de armadura. La de Tony es mecánica mientras que la de la Reina Blanca es de puro diamante. Pero la cosa va más allá de eso. Ambos personajes llevan su imagen pública como una armadura para proteger un interior mucho más frágil y herido. Iron Man siempre será un alcohólico que, en los momentos más bajos, siente la punzada de la necesidad de un trago (en este mismo número lo vemos) y Emma siempre sentirá una enorme carga de responsabilidad sobre todos los bebés X tras el asesinato de los Infernales (Hellions en inglés) que estaban a su cargo a manos de Trevor Fitzroy hace décadas ya. Las máscaras que llevan, las vidas que viven, son un escudo con el que protegen a los cansados, frágiles y necesitados de ayuda humanos que esconden en su interior.
Todo esto (ilustrado, por cierto, por un Juan Frigeri en estado de gracia que nos deja imágenes contundentes como la que precede a estas líneas) nos lleva a una alianza que devuelve a Emma al Club Fuego Infernal previo a los tiempos de Krakoa y que hace a ambos personajes relacionarse con un tercero (el villano Kingpin) que va a jugar un papel distinto al que nos tenía acostumbrados hasta la fecha y que, con un poco de suerte, nos permitirá conocerlo un poco mejor. Se avecinan tiempos muy interesantes en los cómics de la Casa de las Ideas que Panini nos trae a España. Comienza el nuevo año y ya hay un buen puñado de tramas que tenemos muchas ganas de explorar.
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