«¡Me estoy mojando aquí fuera!«
Hay tres maneras de leer Marvel (la colección, no la editorial entera): una es la del nostálgico, que se reencuentra con autores y artistas del pasado y con tramas y momentos pretéritos a los que recuerda con cariño. Otra es la del aficionado curioso, que buscando ampliar su conocimiento en el mundo de los cómics ha terminado yendo a por los clásicos y, a través de un pequeño esfuerzo para ubicarlos en su tiempo y su momento, logra disfrutar de la manera de contar historias de otra época en una colección actual. La tercera es la del lector de cómics actual, ése que se enganchó con Vengadores Desunidos, Civil War o, incluso, con las Secret Wars de Jonathan Hickman, pero que no ha querido, de momento o porque no le interesa, acercarse a las historias de la Marvel de otras décadas. Dos de estos colectivos pueden disfrutar a tope de la experiencia que supone esta serie coreografiada por Alex Ross, el tercero… sólo a veces.
A Marvel le pesa enormemente el estar diseñada en torno a la nostalgia. La manera en que se contaban las historias antaño no se parece en nada a la manera en que las consumimos hoy en día y esto cierra las puertas de esta serie a ese grueso de lectores que no son unos ‘frikis’ como tú y como yo. ¿Mola esta colección? Pues sí, bastante. Pero sólo si eres uno de los colectivos a los que ésta va dirigida. Si no, la mitad (o más) de cada una de sus grapas te va a sobrar o no vas a entenderla. Es así, y quizás este cómic debería llevar un disclaimer a tal efecto bien grande.
«Ha encontrado su vocación. Su propósito, su razón de existir; su significado, lo suyo. Su maravillosa, horrible maldición«
El ejemplo perfecto de lo que acabo de exponer es la primera historia de Marvel #3. La revisión de Namor: el Hombre Submarino por parte de Alan Weiss. Quienes lo conocieran de los años setenta y ochenta y aquellos que están haciendo ahora sus pinitos con los cómics tanto de esa época como anteriores van a divertirse mucho con esta sencilla aventura del atlante, pero los lectores de nuevo cuño no van a digerir igual de bien un estilo, el del pulp, que no pega demasiado bien con los motivos y las historias de esta era ya de vuelta de tantas cosas y con unos héroes mucho más imperfectos y humanos. El tono festivo que utiliza Weiss no casa ni por asomo con las tramas de la Casa de las Ideas de esta década, pero es una ventana maravillosa a la manera en la que los cómics eran concebidos hace ya cada vez más tiempo.
Le siguen a la historia de Namor tres ‘experimentos’ que sí que pueden ser mejor entendidos por un lector contemporáneo con cierto gusto por las rarezas y lo underground. Comienzos, de Bill Sienkiewicz es un ejercicio fabuloso de arte y alegoría, tan bonito de ver como ambiguo para comprender, una ventana también a historias del pasado, pero con un pie, ése que apuesta por la experimentación, permanentemente plantado en el futuro. Termina la grapa de este mes con una doble página preciosa por el ilustrador Scott Gustafson y una rareza superlativa a cargo de Ryan Heshka. Tan rara que no sabría ni cómo reseñarla, así que os invito a que la leáis y luego os abracéis fuerte las rodillas.
Marvel continúa un mes más con esa historia de fondo que construyen Ross y Kurt Busiek y con la miríada de pequeños relatos que buscan conquistarnos a todos, sólo que a cada uno unos en concreto.
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