Batman: Vampiro es un volumen que reúne la trilogía que unió los caminos del Cruzado Enmascarado y Drácula bajo el sello Elseworlds que se componía de Lluvia roja, Tormenta de sangre y Niebla Carmesí. Una rareza del héroe gothamita cuyo interés no va más allá de su carácter anecdótico.
El origen de esta aventura está precisamente en la anécdota, en ver qué pasaría si se enfrentara a Bruce Wayne con el señor de los vampiros, y así, en 1991, Doug Moench y Kelley Jones se encargaron de convertir esta idea en una realidad. Y desde los despachos vieron que la premisa aún podía explotarse hasta el punto de dar lugar a dos secuelas, datadas en 1994 y 1999 con el mismo equipo creativo.
A priori dicho planteamiento tenía cierto interés y no hay duda de que escarbando un poco en el imaginario de Batman, resultaba un enfrentamiento de lo más goloso y no sería la primera ni la última vez que el Caballero Oscuro se vería envuelto en un misterio sobrenatural. Ambos personajes además, desde sus respectivas circunstancias, viven del miedo para atacar a sus presas. Que sus destinos se cruazaran antes o después era incluso algo natural.
Ya desde las primeras páginas se palpa la intención del guionista por dotar a su historia de un aroma terrorífico, muy deudor del cine de terror más clásico y gótico -es fácil que vengan a la mente autores como Roger Corman o las producciones de la Hammer-, sin olvidar las historietas pulp también de la época (años 40-50). Aspecto este que se disfruta sobre todo en el trabajo de Kelley Jones a los lápices. Lástima que el resto del arte (color y tintas) no estén a la altura y desluzcan el resultado final (algunas viñetas quedan empastadas y hay dibujos que no se ven bien). Criticable es también la elección de la tipografía de los cuadros de texto en los que el protagonista va narrando los hechos y plasma sus pensamientos, pues por momentos resulta ilegible.
Es un giro en los acontecimientos en Lluvia roja (la más interesante de las tres historias), la que da pie a sus dos secuelas, que intentan mantener el tono y trabajan el interesante conflicto entre el monstruo y el humano, enraizándolo en la lucha interna que siempre ha perseguido a Batman, convirtiendo la metáfora en algo tangible y visual.
La obra, siendo sorprendentemente fiel a la esencia del personaje dado el contexto terrorífico en el que se mueve, no pasa de ser un entretenimiento bastante simple. Doug Moench ofrece interesantes ideas pero se limita a rascar la superficie, dejando así que sea el arte de Kelley Jones (es muy interesante comprobar la evolución de su trabajo entre la primera y tercera aventura del tomo, separadas por ocho años de actividad) el mayor atractivo de la misma. Batman: Vampiro vive más de la curiosidad por este extraño y morboso cruce de personajes y de su apariencia visual, que de lo que realmente transmite su contenido.
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