Vuelve por tercera vez la serie más loca y desatada del Nuevo Universo DC.
«Bueno, esto no es el cielo, Deadshot«
Bueno, bueno, bueno… Ya hacía tiempo que no teníamos noticias del «supergrupo» más perturbado del Nuevo Universo DC. Hace falta retroceder al anterior número de Escuadrón Suicida para recordar cómo habían acabado nuestros protagonistas tras sus aventuras por los mares del sur. Iceberg y Diablo quedaban un tanto fuera de la ecuación de Amanda Waller al terminar de derrumbarse psicológicamente tras perder una mano uno y abrazar a su lado más «ardiente» el otro. Por su parte Araña Negra se descubría como el traidor dentro del equipo y ponía contra las cuerdas a la directora de Belle Reve y Deadshot… pagaba cara su primera muestra de compasión. Durante el entierro que siguió a esta aventura hizo acto de presencia un Joker fuera de sí y más terrorífico que nunca (como ya vimos en La Muerte de la Familia) para someter a Harley Queen a un trance del que va a volver transformada.
Y es que no hay volumen de Escuadrón Suicida tranquilo. Adam Glass ha tenido entre manos uno de los juguetes más divertidos y maleables de la editorial norteamericana y ahora que le toca pasar el testigo decide despedirse a lo grande, con Harley al borde de un ataque de nervios, Waller con bastante menos control del aparente y nosotros con cada vez más dudas acerca de la verdadera razón de ser del equipo (no olvidemos que la tenebrosa mujer al mando también es la responsable de la existencia de la Liga de la Justicia de América, con todo lo que ello supone). Glass cierra, además, repitiendo como un mantra la máxima de esta serie: los presos de Belle Reve no son más que peones en el juego de ajedrez que juegan personas muy por encima de ellos y, por tanto, son completamente reemplazables.
El propio Glass, pese al éxito de su propuesta, se revela como otra pieza más del juego y abandona el tablero cuando su función queda completada… para volver a la televisión y a la escritura de guiones para Sobrenatural. Y oye, de paso, es en uno de sus capítulos finales en el que el artista Ken Leashey (al que entrevistamos hace ya algún tiempo) firma una de sus portadas favoritas.
«¿Por qué tantos juegos mentales?«
Recoge el testigo Ales Kot (Vengadores Secretos y actualmente Iron Patriot) durante apenas cuatro capítulos antes de que Matt Kindt salte de la Liga de la Justicia de América a esta colección coincidiendo con el apogeo del evento Maldad Eterna. Pero que sólo sean cuatro capítulos no significa que el paso de Kot por la franquicia sea gratuito, el guionista (que llega a contar con el mítico Rick Leonardi para un último e interesante capítulo) coge las debilidades de la serie y las apuntala mediante la introducción de una serie de personajes como el Soldado Desconocido (aún me cuesta ver su utilidad en la trama la verdad) u otro cuyo nombre no os revelaré aún, pero que le otorga una profundidad a la historia central de la serie de la que, hasta ahora, había carecido. Más allá de la cuasi infinita independencia de los personajes de Escuadrón Suicida, venía haciendo falta una especie de pegamento o elemento cohesionador que mantuviera a este equipo unido cuando las amenazas dejaran de tener sentido…
Y si el elemento en cuestión es otro perturbado, pues mejor que mejor.
Quizá el único aspecto verdaderamente negativo de este tercer volumen es su intenso aroma a entreacto. Adam Glass se va con una historia entretenida, pero ligeramente intrascendente, y Ales Kot contribuye a la colección colocando los cimientos de futuras tramas, pero sin soltar más que pequeños cebos por el momento. La serie carece de sagas propias y corre el riesgo de depender en demasía del evento que en cada momento reine por DC. La participación del Escuadrón en Maldad Eterna, si bien pega mucho con la composición y la idiosincrasia de este equipo, podría quedarse en nada si no demuestra a las claras la necesidad de que esta serie se vea sumergida durante todos y cada uno de los números en este macroevento editorial.
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