La etapa iniciada por Moore al frente de La Cosa del Pantano (que hemos comentado aquí) abarcó desde 1984 hasta 1996. De ahí, cuatro años de silencio, y a Vaughan le llegó la patata caliente: Tenía que revitalizar la serie. Lejos de achicarse, el autor aceptó el encargo y desde el principio intento desmarcarse de las etapas precedentes; tomando riesgos que si bien en su momento fueron recibidos con cierta tibieza y la serie no llegó a funcionar (dejó la cabecera tras 20 números), con la perspectiva del tiempo supone un acercamiento a la mitología del avatar del verde atrevida y que ya iba dejando sentadas las bases del estilo que desarrollaría su autor en adelante.
La historia no se centra en la Cosa del Pantano, ya fuera Alec Holland o el ente que creyera ser él (quien protagonizase la etapa de Moore), sino en su hija, Tefé Holland. Algo que ya de por sí obliga a buscar unos códigos y un estilo diferente. Una aventura de la que en su momento no salió demasiado bien parado pero muy reivindicable. Cierto es que los inicios fueron un tanto dubitativos, con una historia que no parecía encontrar acomodo entre el relato de terror contemporáneo y el cómic de superhéroes, con Tefé dando tumbos por distintos lugares buscándose a sí misma, en una estructura propia de las road movies que el propio autor reutilizaría más adelante en otras de sus creaciones.
A pesar de ello, el comienzo de la historia resulta muy prometedor, con Vaughan marcado el tono adulto de la historia y creando un primer relato que bebe mucho de la Carrie de Stephen King. Ahí es nada. Los distintos capítulos, que llevan a Tefé desde embarcarse en un pesquero a visitar El Verde, son aparentemente autoconclusivos, pero todos van llevando un mismo hilo conductor, con Tefé y la búsqueda de sí misma como centro de todo.
Es en el segundo volumen, titulado Jungla del asfalto, cuando la historia empieza a crecer realmente, que es el momento en que Vaughan desarrolla a los personajes que acompañan a Tefé en su singular aventura. Es en el terreno de la creación de personajes donde el guionista sabe lucir su talento. Como hemos visto en otras obras suyas (Saga es el claro y ultimísimo ejemplo), Brian K. Vaughan disfruta y nos hace disfrutar conociendo a sus protagonistas, no es un tipo que destaque por sus grandes tramas, sino como estas afectan a los personajes. Es el prototipo de escritor de personajes, una cualidad de la que ya daba muestras en La Cosa del Pantano.
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