«Y alimentan el espíritu: Lentejas para tu alma«
Cuando me describieron por primera vez El Niño Que no tenía muy claro si me apetecía leerlo. Se me habló de un niño diferente, al que no le gustaban las historias de toda la vida ni los superhéroes ni otra serie de aficiones comunes a los críos de su edad. Me esperaba, por tanto, uno de esos libros que nos hablan de algún muchacho incomprendido y solitario cuando lo que uno se encuentra en la última obra de Juan Berrio para Nuevo Nueve es a un chaval inquieto que se hace los mil millones de preguntas que se hace cualquier chaval de su edad y que se cuestiona todo lo establecido, porque un ‘porque sí’ no vale a partir de cierta edad y los niños que abandonan la más tierna infancia para adentrarse en lo que ahora viene en llamarse la educación primaria son auténticas esponjas de conocimiento y unos torbellinos creativos que a veces olvidamos tener en cuenta.
Hechas estas consideraciones, en El Niño Que nos encontramos con Luis, un crío que se niega a seguir los raíles que le imponen los adultos y todos aquellos con algo de autoridad sobre él y que deja volar su imaginación para dotar de magia a cosas tan mundanas como un montón de piedras en la montaña o una enciclopedia en la estantería. Donde unos buscan definiciones exactas y milagros palpables nuestro protagonista encuentra historias que van más allá de las páginas de un libro y figuras que escapan de lo concreto para enraizar en lo que la mente construye con ayuda de la imaginación y la inocencia.
«Imposible jugar con un niño así…«
Puede pensar el lector que este conjunto de historias sólo se pueden encuadrar en la época (un veranos de los años setenta) en la que trascurre su relato, que los chavales de hoy, con las consolas, las redes sociales y, en definitiva, la invasión de las pantallas, han perdido la capacidad de ser críos. Eso, si se me permite aventurarlo, es porque nosotros decidimos creerlo así. He visto este mismo verano a mis hermanos pequeños, unos chavales de casi trece años que pueden estar horas charlando conmigo sobre sus aventuras y desventuras en el Fortnite, creando bases secretas entre dos piedras en la sierra de Madrid desde las que tan pronto eran héroes como villanos sin nombre. La imaginación, la capacidad de romper con lo que sabemos que es para crear a partir de lo que podría ser, está ahí siempre. Aunque nos dediquemos a dormirla con el ruido blanco de la monotonía y lo establecido.
Berrio, por tanto, nos traslada a una época pretérita, pero nos cuenta una serie de cuentos que bien podrían tener lugar en el momento presente (qué llamativo resulta ahora el tema de los microbios en el posamanos de la escalera). El autor no da un baño cotidianeidad para, a partir de ahí, hacer un llamamiento al niño que llevamos dentro, para que despierte del letargo al que le hemos sometido. Nos encontramos frente a un cómic que bien puede ser leído por niños, pero que ha de ser rumiado y digerido por los adultos que olvidaron hace tiempo como se sentían ante el mundo lleno de posibilidades que se extendía frente a ellos.
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