«Sólo espero que nadie nos esté escribiendo a nosotros, porque los escritores somos criaturas crueles«
Leí Misericordia por vez primera cuando tenía catorce o quince años. Nos habían mencionado a Benito Pérez Galdós en el colegio y mi curiosidad me llevó a rebuscar el las estanterías de mis padres hasta que encontré un volumen que una versión más joven de mi madre había firmado como suyo allá por 1975. Y allí, en las cuarteadas y amarillentas páginas de la novela que editara la ya no sé si a día de hoy extinta Librería y Casa Editorial Hernando, me encontré con un Madrid que no me había sido mostrado en mi tierna adolescencia más que de pasada. Sus personajes, exentos de esperanza y abandonados por la realidad, me contaban una historia cruda y descarnada que me puso los pelos de punta y que, de nuevo en mi ingenua percepción, pensé que por suerte estaba ya muy atrás en nuestra memoria como país.
Luego uno se hace mayor. Galdós se convierte en parte de las materias que entran en los exámenes de cada año en Lengua Castellana y Literatura y la miseria que él contaba se convierte en el pan nuestro de cada día si no escogemos mirar hacia otro lado. Y nos olvidamos de lo que esa novela nos hizo sentir porque, como ha pasado otras tantas veces (y pasa ahora con cierta pandemia), el dolor que normalizamos es dolor que olvidamos. Con un poco de suerte, quiero creer que esa huella que dejó su lectura no se borra, sino que se asimila en la clase de persona que soy ahora mismo mientras escribo esto.
«Ella sola mendigaba por las calles para alimentar a las tres«
Y entonces llega a mi puerta Galdós y la Miseria, de El Torres y Belmonte para la editorial Nuevo Nueve. Y vuelvo a revivir todas las sensaciones que ya viviera hace ahora veinte años o quizá más. Y vuelvo a rebuscar en las estanterías para volver a encontrar ese libro, ahora más ajado y más amarillento, que me hiciera repensar la manera en la que funciona la sociedad en general y el ser humano en particular. Este cómic, que sigue la estela de El Fantasma de Gaudí y Goya: Lo Sublime Terrible, nos hace pasear por las calles del Madrid de principios del siglo XX de la mano de un autor que ha perdido casi la vista y, con ella, las ganas de seguir describiendo a una España que deja languidecer y pudrirse a los más para que unos cuantos pocos puedan vivir sin estrecheces.
Galdós y la Miseria contiene un misterio y comienza (y acaso termina) con una muerte, pero es mucho más interesante por la manera fiel en que retrata a la capital de España de hace ahora más de un siglo y por la cantidad de similitudes que podemos encontrar con la gran urbe que se traga a sus ciudadanos en las primeras décadas del siglo XXI. El dibujo de Alberto Belmonte es una maravilla que nos permite regalarnos en escenarios clásicos de la capital para luego visitar a hurtadillas tanto sus mansiones como sus casas más humildes. Pienso, como bien escribe Antonio Bercerra Bolaños en la introducción, que Galdós habría disfrutado de esta obra a la que, además, la editorial ha tratado con un especial mimo.
No diré más, pues como bien quedaba escrito en la sobrecubierta del libro de mi madre ‘La trama de la obra no precisa decirse para no restar interés al lector‘, pero sí que cierro este artículo recomendando encarecidamente la lectura de esta novela gráfica (y si me apuráis las otras dos mencionadas también). Hay autores y artistas en nuestra patria que merecen ser los protagonistas de nuestras historias y me alegro de que El Torres haya decidido que el autor de Misericordia sea uno de ellos.
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