«Pero éste no era une simple villane trampose. Ni une villane demente. No era une Loki contra le que Thor hubiese luchado antes«
Me veis a tener que perdener, pere ne termene de entender gren perte de le que lee el finel de este grepe. Puede ser que me heye vuelte vieje de repente. Y puede que ne entiende tede el bien que puede hacer el pener le letre ‘e’ en tedes pertes, queme si estuviere de eferte. Pere si estéis leyende este sin velveres leques y si es esté quemencende e deler le quebece, quizés entendeis que es le que pretende decir quen el títule de este ertícule y per qué cree que el lengüeje encleseve en questellene hebríe que derle medie vuelte. Perque puede que muches de les que se quejen del use de este lengüeje (ne eficielmente requenecide per le REE) seen unes retrégredes, pere también puede que heye muche gente que, simplemente, ne entiende nede.
Me vais a tener que perdonar, decía, el primer párrafo de este artículo. No, no me ha dado un ictus (de momento), pero casi me da algo al leer frases como las que se encuentran entrecomilladas al principio de este artículo. Dije ante el primer número de esta nueva etapa que no veía el problema en cambiar un par de artículos o pronombres y lo mantengo, pero, como he dicho antes (si has llegado a entenderlo) quizás habría que darle media vueltecita al tema del lenguaje inclusivo en nuestro idioma. Porque en inglés, donde los adjetivos suelen ser neutros y existen muchas posibilidades para jugar con pronombres que ya existen, es fácil jugar con el lenguaje y doblarlo a favor de un discurso con cierta facilidad. Pero no ocurre lo mismo por estos lares, donde quizás habría que invertir en un poquito más de vocabulario para alcanzar los mismos resultados que en el idioma británico sin perder por ello coherencia o legibilidad.
«¿Es ésta una buena idea?«
Dejando atrás temas lingüísticos (porque estamos todos de acuerdo en que la mejor manera de ser inclusivos es luchando por iguales derechos para todos, ¿no?), no me termina de quedar claro lo que ocurre en este segundo número de la etapa de Al Ewing. Thor se enfrenta a una versión celta, cabreada y mega-dopada de sí mismo, pero lo derrota porque tiene los poderes propios y los de Odín que ha heredado junto con el cargo de Padre de Todos. Bueno, no lo derrota, lo manda a través de un portal a la otra punta del universo. Pero para hacer eso tiene que acercar el Omnisueño que tanto ha caracterizado siempre al rey de los dioses nórdicos. Es ahí donde entra en juego Loki, sólo que nadie había llamado a Loki, pero era necesaria la presencia de Loki, que va a jugar el papel de antagonista a la par que hace lo propio como deidad de las historias y los relatos. Muy confuso todo.
Lo dicho, que más allá de que se pudiera jugar con los términos ‘antagonista de los ardides’ en lugar de ‘villano tramposo’ (que si seguimos con la tontería de ponernos tiquismiquis con el lenguaje, la palabra villano viene de los habitantes de las villas y fue utilizada durante el feudalismo para asociar a las clases bajas u oprimidas con la corrupción moral) nos encontramos con una etapa que aún tira al ralentí y no termina de arrancar, pero que tiene un decidido aire clásico en la manera en que se comportan y se expresan los personajes que por ella pululan. Aún es capaz de lo mejor y de lo peor la historia que pretende contarnos el guionista estrella de la Casa de las Ideas.
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