
En este tercer y último acto de lo que podría ser su primera temporada, Norrin Radd y Dawn deben mirarse cara a cara y superar el reto más importante que les han puesto delante sus autores: la pérdida de confianza. La ingenuidad de la terrícola se ve puesta a prueba tras descubrir (en el tomo anterior) que Estela había sido el heraldo de Galactus, con toda la carga trágica que ello conlleva. Norrin estaba en un pedestal y ha caído tan rápido como ascendió. Nuestra protagonista se da cuenta de que, como todos, Estela es un héroe con pies de barro; y es la pérdida de la figura idealizada, el sentir sus esperanzas quebrarse, lo que verdaderamente provoca las heridas en la pareja.
Mientras que en la cabecera de Spiderman Slott suele dejarse llevar por el entusiasmo, desarrollando ideas ambiciosas, pero que nunca termina de llevar hasta las últimas consecuencias, en Estela Plateada se ve libre de trabas e injerencias editoriales. Es la ventaja de no ser uno de los puntales de la editorial. El guionista tiene el universo a su alcance y tiene la posibilidad -que aprovecha- de hacer lo que le venga en gana. Así, engatusa a Allred para escribir un relato que se lee -literal- del revés o para cargarse el mismísimo cosmos y crearlo desde cero.
Estela Plateada es una gozada en todos los sentidos, una rara avis en el cómic mainstream que ennoblece el género superheroico y que tan bien funciona como drama intimista, como relato de aventuras o comedia romántica. La clave, como ya he comentado en alguna ocasión, está en la aparición de Dawn Greenwood. La humana sirve como contrapunto ideal para Norrin Radd, le equilibra y le “obliga” a tomar decisiones que en cualquier otra coyuntura (como él mismo llega a decir), jamás hubiera tomado. Ambos se enriquecen mutuamente y crecen juntos.
Quizás el universo Marvel esté viviendo sus últimos días, pero estos no son más que los primeros para Dawn y Estela.
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