«¿O acaso piensas matar por la espalda a alguien que no tiene intención de pelear?«
A veces, cuando termino de leer un tomo de Murciélago (sobre todo con estos últimos, con tramas tan largas) pienso que este manga nació para ser una serie corta, pero que el éxito, el carisma de sus personajes y las propias historias que se insinuaban desde el principio de la colección terminaron obligando a Kana Yoshimura a tomar la decisión de invertir de verdad el tiempo en desarrollar todo el potencial que este manga ocultaba y que, con cada nuevo tomo, vemos cada vez más a la luz. Murciélago se ha convertido, a ojos de quienes pululamos por la redacción, en la gran sorpresa del manga de Panini desde que se estrenara hace ahora dos años, en plena desescalada después del confinamiento duro de 2020.
La undécima entrega nos dejaba planteado un nuevo arco argumental que se desarrolla casi por completo en este número y que, con total seguridad, verá su final en el siguiente. Un misterioso espadachín estaba retando (y asesinando) a diversos maestros de la espada a lo largo y ancho de Japón y Kuroko y las suyas iban cerrando el cerco en torno a la identidad de este misterioso experto (o experta). Y una vez que la verdad es desvelada, nos encontramos con otra triste historia que lleva asociado un terrible trauma que, a su vez, ha desembocado en este frenesí sangriento. Me decía esta tarde mi chica que por qué en los shonen hay tantísimo drama tan intenso y tan terrible. Se me ocurre pensar que, al ser historias dedicadas a adolescentes, se busca replicar la fuerza con la que los lectores sienten cada una de sus experiencias a través de historias funestas que les parezcan, incluso, más dramáticas que sus logros y decepciones de instituto. Eso o que, simplemente, el japonés medio tiende a vivir y ver la vida de una manera un tanto retorcida, y estas historias de trauma y desesperación reflejan, en parte, sus torturadas almas.
«O mejor dicho: Sólo podemos destruirla por ahí«
Dramas aparte, este cómic reflexiona sobre la tremenda presión sobre los hijos que ejerce la cultura familiar japonesa. Los descendientes han de respetar a sus mayores (faltaría más), pero también están obligados a cumplir con sus expectativas, aunque éstas choquen de frente con sus propios deseos. Y, claro, esto conduce a individuos traumados y con enormes frustraciones a sus espaldas. El manga, como vía de escape de la realidad que es, sirve para paliar parte de estos sentimientos, pero a la larga no termina por ser suficiente para muchos de los habitantes del país del sol naciente. Así, Japón cuenta con uno de los índices de suicidios más alto del mundo (el noveno, siendo ésta la principal causa de mortalidad entre varones de 20-44 años de edad) y esta estadística (aunque algo matizable por temas socioculturales) es un buen reflejo del nivel de presión y estrés que soportan los jóvenes de este país. Yoshimura no hace sino llevar todo esto un poco más al límite, mezclándolo con una serie de catastróficas desdichas.
Aún con todo esto, el duodécimo tomo de Murciélago es tremendamente divertido. A Kuroko le sale por fin un rival a su altura y la batalla que le sigue pasa rápidamente de la carcajada al miedo y de éste vuelve a regresar a la risa descontrolada. Como ha ocurrido con tomos anteriores, esta entrega se lee con casi demasiada rapidez y pronto nos encontramos esperando con las manos vacías a ver qué es lo que ocurre con toda esta historia y si, como todo apunta, tendremos a un nuevo personaje en la esfera de la asesina reconvertida en colaboradora de la policía.
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