Tras sorprender con el carisma y frescura de su primer título acreditado como director (Atómica, 2017), la figura de David Leitch se ha vuelto anodina y previsible. Sus puntos fuertes siguen ahí (protagonistas molones y escenas de acción que quitan el hipo), pero todo lo demás empieza a perder su gracia en base a argumentos trillados y maniqueos y personajes que cargan de argumentos a los defensores del terraplanismo. En Bullet Train (junto al guionista Zak Olkewicz) intenta maquillar lo primero con una historia que se va armando a base de casualidades y varios relatos personales que convergen en un mismo punto.
El problema es que muchos de los giros y rodeos que da la historia se sienten forzados, no aportan al conflicto per se y solo consiguen alargar el metraje y retrasar la explosión de adrenalina y acción salvaje hasta el último acto. Hay acción y muchas divertidas secuencias, pero hasta llegar a ese clímax parece que estemos viajando en un tren de cercanías, haciendo paradas cada poco rato y la película le cuesta coger ritmo.
Pero claro, con un protagonista como Brad Pitt todo se lleva mejor. Escudado por un reparto de auténtico lujo (Joey King, Hiroyuki Sanada, Aaron Taylor-Johnson, Zazie Beetz, Michael Shannon…) el oscarizado actor da rienda suelta no solo a sus aptitudes atléticas, sino a una envidiable vis cómica que se revela como uno de los grandes atractivos de la película. Bullet Train es una propuesta muy divertida, perfecta para disfrutar durante el periodo estival, pero requiere también pasar por alto su desequilibrado ritmo. Tiene más de apariencia que de contenido y más de exageración que de provocación. Quiere molar, pero le falta personalidad.
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