Freeheld no es una película propia de una sección oficial de festival, pero pasó por el último San Sebastián, y a concurso. Su sinopsis comienza con el asiduo aviso de “basada en hechos reales”, y eso ya marca su sendero: Laurel (Julianne Moore) es una policía que esconde su condición sexual para poder ascender en su trabajo. Pero todo cambia cuando empieza una relación con Stacie (Ellen Page), a la que no le importa esconder sus tendencias en ningún momento. Se hacen pareja, y juntas deberán luchar contra el cáncer galopante que padecerá Laurel y, con vistas a preparar el legado a su pareja, se las verá con la justicia al no poder dejarle pensión alguna a Stacie.
El elenco actoral es uno de los aspectos más llamativos de la película. Moore demuestra que el Oscar no ha mermado su calidad interpretativa. Y eso que este personaje está, como en Siempre Alice, también en las últimas horas de su vida. Page, al estar en un rol más arquetípico no se vislumbra su buena actuación, que lo es también. Sin embargo como pareja no transmiten demasiada química, a pesar de una Julianne como enferma terminal muy creíble y la protagonista de Juno lo da todo en los discursos finales. Steve Carrell enfundado en traje de activista judío y gay peca de caricaturesco, pero el resultado es aceptable. Igual que Michael Shannon como colega de Laurel.
Freeheld no juega en el discurso ni en las formas: va directa a emocionar, y lo consigue; igual que lo logran muchos telefilmes de sobremesa. Pero la lágrima no llega por un guion elaborado. Los personajes son arquetípicos. El texto es reiterativo y la única finalidad es demostrar las -todavía- injusticias que hay con el colecetivo homosexual. El cineasta Peter Sollett ha contado con el guión de Ron Nyswaner, que de temas homófobos llevados a juicio ya sabe algo porque se encargó del de Philadelphia. Y una vez más, aquí la historia de amor entre las protagonistas queda imprecisa al prevalecer en la historia el tema del cáncer y los asuntos legales.
El final, habiendo hecho uso en el camino de todos los estereotipos y mostrar incesantemente lo injusto que es el sistema y la sociedad, consigue que lloremos. La partitura de Hans Zimmer y Johnny Marr también ayuda a levantar el aire convencional de la cinta. Sin embargo, por el compendio de escenas que ya hemos visto, por el final con fotos de las verdaderas Laurel y Stacie, y por ir a lo fácil, el largometraje de Sollett no pasa de ser una película pequeña.
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