Nunca debe compararse el libro original con la película que nace de ella. Son trabajos independientes. Sin embargo hay casos que merecen excepción, como la obra que nos atañe. La chica del tren es un best seller al uso: un misterio en el que una chica se ve involucrada en plena trama policial. Al ser una novela llevada al cine, el resultado es una de dos: o un trabajo hecho a pulso como el de David Fincher con Perdida, o un telefilme perfecto para la sobremesa. Por desgracia, este filme se queda en la segunda opción. Y eso que era una trama con ecos a la obra de Hitchcock o la obra de Patricia Highsmith.
Tate Taylor (director entre otras de Criadas y Señoras) es fiel al esquema del libro: capítulos que se cuentan desde el punto de vista de uno de las tres mujeres de la historia: Rachel, Megan y Anna. Es decir, Emily Blunt, Haley Bennett y Rebecca Ferguson. Blunt se distancia de las otras dos al tener más peso y ser ella quien desencadena la trama.
Rachel no ha superado su ruptura y deambula en el tren todos los días para ir al centro de Nueva York (una de las pocas cosas que cambian de la novela: ahí es Londres). Desde ahí observa a Anna, la nueva pareja de su ex marido (Justin Theroux), y a Megan, una vecina que, junto a su marido (Luke Evans) parece poseer todo lo que alguien querría. Las dos mujeres observadas son muy parecidas por fuera, pero sus sombras son muy diferentes. Todo esto se explica a brochazo, demasiado grueso para describir a las tres mujeres. Las tres tienen un interior digno de ser explorado por el terapeuta, el último de los personajes masculinos, al que aquí da vida Edgar Ramírez. También él queda muy desdibujado.
No toda la culpa hay que echársela a Erin Cressida Wilson, la encargada de adaptar el texto original. El best seller de Paula Hawkins contaba con los siempre grandiosos ingredientes del thriller psicológico, además de una protagonista que debe descifrar por qué la consideran culpable de una desaparición. Pero no, no se llega a empatizar con ella. Y eso por no hablar del poso machista que se vislumbra al fondo de sus personajes, tanto en la novela como en el largometraje. cada una desarrollando un típico rol de mujeres en la ficción: la despechada, la mártir y la sumisa. Siempre condicionadas por los actos de un hombre.
Las actrices no han tenido en sus manos un gran guión, cierto, pero hacen lo que pueden para sacarlo adelante: es difícil hacer un protagonista como éste, y Blunt sale airosa en cada una de las cogorzas de su papel. Haley Bennett (sí, se parece mucho a Jennifer Lawrence), vista en Los 7 magníficos, le toca revivir duros flash-backs, y a Ferguson (Misión imposible: Nación secreta) estar comedida y desempeñar la labor de Madre –en mayúsculas- dedicada, otra opción igual de poco original. Tate se va a lo fácil y varios puntos del guión quedan en la cinta irrisorios, algunos momentos dramáticos provocan la carcajada y eso por no hablar de la mayor faena que le puede pasar a un thriller: la intriga no aumenta según avanza la historia.
¿Qué pasa entonces? ¿Podemos salvar la historia? Al elenco de actores, porque el casting ha estado muy acertado. Una vez más, una cinta para todos aquellos que disfrutaron el libro. Los fans conocen todo ese trasfondo que aquí ha quedado sin dibujar.
Emily, te acompañamos en tu expedición con Villeneuve a la frontera en Sicario, y esperamos ver esos vuelos convertida en Mary Poppins. Pero nos ha costado acompañarte en este tren.
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