Toca matizar nuestras primeras impresiones respecto al último acercamiento a la figura de Tarzán que nos ha dejado el cine de acción real. La cinta de David Yates se presenta con un enfoque bien interesante, donde Tarzán, ahora John Clayton III, lleva varios años viviendo en su Inglaterra natal, felizmente casado con Jane Porter. Y no es sino por una llamada de auxilio muy concreta, por lo que el aristócrata se descamisa y vuelve a la jungla en la que se crió. De esta forma el director se puede olvidar del engorro que supone siempre presentar de cero a un personaje al que, por otra parte, poca gente no conocerá.
Ojo, las imágenes de su niñez y primer encuentro con Jane están ahí, son momentos icónicos, como lo es la muerte de los padres de Batman, han de aparecer por contrato. Pero Yates las aborda en forma de flashbacks diseminados a lo largo de toda la trama con el objetivo de que sirvan al espectador para conocer y profundizar en la psique del protagonista, dar poso a las motivaciones y justificación a las acciones de Tarzán. Quizás alguna, eso sí, puede resultar redundante, lastrando el ritmo de la narración en ciertos pasajes.
Si bien estamos ante una digna aproximación al personaje creado por Edgar Rice Burroughs (esta versión toma como base los cómics editados por la norteamericana Dark Horse), en su conjunto, está lejos de ser el gran blockbuster que se nos prometía en un principio. Tanto por el nivel de sus efectos visuales, como por lo manido de su argumento y personajes.
El primer aspecto es especialmente sangrante por lo abultado de su presupuesto (unos 180 millones de dólares). Aunque por lo general dan bien el pego, hay no pocos planos en los que la integración de los fondos generados por ordenador y los actores no es óptima, quedando estos superpuestos sobre unos escenarios que no parecen reales. Pero hay dos secuencias (de las más destacadas a nivel de acción) en las que las carencias técnicas (o la falta de trabajo) son flagrantes, que son la de la estampida (de la cual ya hemos podido ver un avance en los trailers) y la del asalto a un tren usando unas lianas. Sobre todo esta última da la impresión de ser una secuencia sin acabar, de haberse quedado en una fase de previsualización. Si ya de por sí la escena en concreto resulta bastante inverosímil (incluso dentro de los códigos en los que se mueve la historia), la pobreza del CGI nos saca por completo de la misma.
Con el segundo de los aspectos hacemos referencia a la falta de ambición de su argumento. Solventada la problemática de plantear el origen del personaje, el guion de Adam Cozad (escritor de Jack Ryan: Operación Sombra) y Craig Brewer (director de las estimables Hustle & Flow y Black Snake Moan) se limita a repetir esquemas y situaciones del cine de aventuras sin intentar dar una vuelta de tuerca a ninguno de sus conceptos. Lo que lleva, a su vez, a que apenas haya construcción de personajes y estos se presenten ante el espectador planos como tablas. Los hay incluso (caso de Djimon Hounsou) que aparecen y desaparecen a conveniencia del relato.
Del cuarteto protagonista Samuel L. Jackson y Christoph Waltz son los más «favorecidos» en este sentido, pues apenas tienen que esforzarse para interpretar unos roles que ya empiezan a cansar. El primero se muestra histriónico como solo él sabe para hacer de contrapunto cómico, mientras que el segundo sigue exprimiendo su -ya a todas luces- limitada faceta villanesca. Respecto a Alexander Skarsgård y Margot Robbie, esta no es más que una damisela en apuros y él tiene el porte heroico pero le falta carisma.
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