Inédito en nuestro país, el manga Anzu, gato fantasma (2007) de Takashi Imashiro da el salto a la gran pantalla gracias a una coproducción entre Francia y Japón dirigida por Yôko Kuno y Nobuhiro Yamashita que apela tanto a la animación más clásica (utiliza la técnica de la rotoscopia para lograr movimientos más realistas, como hacían clásicos Disney tipo Blancanieves o La Sirenita o la versión animada de El Señor de los Anillos de Ralph Bakshi), como a la tradición fantástica nipona con sus yokais y espíritus protectores.
La película narra el trascendental verano en el que se conocen Karin y Anzu. Ella ha sido abandonada por su padre en el templo custodiado por su abuelo; templo en el que también vive Anzu, un gato que no puede morir y que habla y se comporta como un humano. Y es trascendental por el momento en el que coge a Karin, llena de rabia con solo diez años de edad (está en quinto curso) por la marcha de su padre y, más importante, la ausencia de su madre, fallecida tiempo atrás.
Así, en medio de la bucólica estampa de un pequeño pueblo costero la niña ha de aprender a gestionar la rabia y el dolor y reconectar con esa infancia que quiere abandonarla antes de tiempo. Anzu, no sin cierta reticencia, asume la labor de cuidarla y acompañarla en este viaje. Anzu, gato fantasma es, en cierta manera, un coming-of-age, pero estrictamente hablando del plano emocional pues versa sobre un aprendizaje y una evolución personal.
Hay, a pesar del drama del que parte la aventura, un espíritu (nunca mejor dicho) optimista y vitalista, en el que fantasía y realidad habitan en el mismo plano con total naturalidad. Lo extraordinario (empezando por el propio Anzu) forma parte de la cotidianidad y lo sobrenatural surge en contextos inesperados. Esta apuesta por la baja fantasía permite una rápida inmersión por parte del público, que toma la perspectiva de Karin, quien asume sin complejos que Yama-uba y ōgamas o tanukis monten una fiesta en el salón de su casa o que un inodoro sirva de portal hacia un infierno repleto de oni de toda clase.
De ritmo pausado, construida a partir de pequeños momentos, la película da gran importancia a la comedia, vehículo indispensable para subrayar el tono vitalista -y algo cándido- de una historia pensada para conectar con el público familiar. Ya sea a través de las réplicas de algunos de los personajes o a través de las propias situaciones dadas por la trama, Anzu busca que siempre tengamos esbozada una sonrisa en la cara; porque la emoción y los temas de cierto calado están reñidos con la diversión o la felicidad. Y ese es justo el mensaje que quiere transmitir el anime: que vivamos y nos divirtamos todo lo que podamos.
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