En el siempre incierto terreno de los Otros Mundos Chuck Dixon es perro viejo. Se conoce todos los trucos y sabe qué teclas tiene que tocar para revolucionar los elementos canónicos de sus personajes. Chuck Dixon es capaz de lo mejor y de lo peor, de aprovechar todo el potencial de estos relatos, pero también de tirar por tierra la más atractiva de las premisas. Batman: El Ankh, no hace ni una cosa ni la otra. Tal como está concebida esta aventura de faraones y leyendas egipcias (que publica ECC Ediciones en un tomito en rústica) podría haber pasado perfectamente como un breve arco enmarcado en cualquiera de las series regulares del Cruzado Enmascarado.
La historia arranca en la época de esplendor del imperio egipcio para luego saltar a nuestra era, con un Batman que no hace su aparición hasta pasado el primer tercio de la aventura, de tal forma que Dixon permite al lector conocer (y comprender) la naturaleza de la amenaza que pone en jaque al murciélago. No solo eso, sino que nos da la oportunidad de tratar la aparición de Batman desde fuera, asumiendo una perspectiva más amplia de la situación. Desde el primer momento el guionista pone todo su empeño en que conozcamos a la misteriosa Kathera, en que empaticemos con su dolor y entendamos sus motivaciones. En Batman: El Ankh Bruce Wayne debe resolver un misterio y nosotros descubrir el porqué.
A pesar de la aparente envergadura de la propuesta, el guionista es capaz de condensar un argumento que arranca milenos atrás de la fundación de Gotham sin resultar demasiado simplista. Traslada con tino a la audiencia el interés por los misterios del Antiguo Egipto y hace de Kathera un personaje realmente atractivo, que ha visto cortado su potencial al estar «atrapada» en un Otros Mundos. Ciertamente algunas situaciones y viñetas no funcionan, así como personajes que entran y salen de la historia sin una función clara, pero por lo general el ritmo está bien cogido y consigue que su lectura acerca de los imperios que caen y renacen (incluyendo a la propia Gotham) surja de forma natural, acorde con los planteamientos de la trama. Desluce, por el contrario, el trabajo a los lápices de John Wan Fleet, muy estático y por momentos poco definido.
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