«Cielos, con tanta clorofila, a veces olvido lo mojigato que eres«
John Constantine transitó de una manera exitosa y agradable por las páginas de la editorial Vertigo durante años desde su creación en 1985 a manos de Alan Moore y hasta que DC decidió engullir a esta editorial e integrar a sus personajes en la continuidad superheroica donde puede que jamás hubieran necesitado entrar. Así, al bueno de Constantine le tocaría integrarse en una formación de la Liga de la Justicia Oscura que, a día de hoy, no ha sido aún replicada con éxito a la par que protagonizaba su propia serie como antihéroe en solitario. Cuando las cosas se fueron de madre y la colección del equipo justiciero que lideraba ya no pudo contar con él en sus filas (es lo que tiene la traicionera naturaleza de este personaje y su retorcido sentido del autosacrificio) el mago británico protagonizó una nueva serie (Constantine: Hellblazer) en la que Ming Doyle y James Tynion IV se inventaron una trama y un contexto muy locos para el personaje.
Fue lo último que se publicó (en formato de miniserie) antes de lo que nos ocupa hoy. Allá por 2017, con DC en una profunda crisis de ventas y ampliamente superada por Marvel tanto en el terreno de los cómics como en el campo de lo cinematográfico, la editorial se embarcó en su propio Renacimiento, una idea con la que pretendían devolver a los personajes a su cargo a sus raíces sin olvidar lo que ocurría en el presente. Una idea, por otra parte, calcada de lo que se había hecho años atrás con la serie de Green Lantern y que permitió revitalizarla. Así, volvió Hellblazer con un simple ‘The‘ delante y John Constantine tuvo de nuevo su propia serie para comportarse como el cabrón manipulador y salvaje que siempre hemos conocido. Esta serie (que aguantaría casi dos años hasta su cancelación) es la que ahora recopila ECC en un tomo de esos que quedan tan bien en nuestras estanterías por el ‘módico’ precio de cuarenta y ocho euretes (que para las 560 páginas que contiene tampoco es que sean tanto).
«He estado enajenado un millón de veces. Más para allá que para acá«
Lo que nos encontramos dentro son dos cuartos de una historia de Simon Oliver (The Exterminators) que se complementan con un pedacito a manos de Richard Kadrey y un último arreón a cargo de Tim Seeley, autor que en aquella época venía de cosechar cierto éxito con Revival y al que se encomendó revivir a una colección a la que no quedó más remedio que matar. ¿Por mala? Ni mucho menos, más bien por ser fiel al espíritu del personaje. Porque veamos, pongamos (por poner un ejemplo muy extremo) que DC comprase los derechos de Mortadelo y Filemón. ¿Tendría sentido integrar a los agentes de la T.I.A. en el universo superheroico de la editorial? ¿O sería mejor seguir manteniéndolos enfocados en el público para el que siempre han funcionado? Fantasías aparte acerca de lo divertido que sería ver a estos dos dibujados al más puro estilo americano y compartiendo splash-page con Batman y Wonder Woman, meter a dos personajes tan alejados del concepto superheroico dentro de la continuidad deceíta sería un fracaso para DC y para la propia supervivencia de ambos personajes.
Lo mismo ocurrió con Constantine, un pez habituado a nadar en las lodosas aguas de lo turbio y lo underground obligado a convivir con gente con capas de colores brillantes. The Hellblazer fue una gran serie y el tomo que tenemos hoy en las librerías se lee con gusto por los fans del personaje, pero no se puede esperar que este pillo (en el peor sentido de la palabra) tuviera el mismo tirón en ventas que un Superman o un Green Lantern. Sencillamente, su público es distinto. Es por ello que la serie terminó desapareciendo y el personaje sólo ha regresado puntualmente desde entonces para series limitadas o historias muy concretas. Es por ello, también, que es una gozada poder contar con reediciones como ésta en las librerías, que nos permiten recuperar las historias del personaje (aunque adolezcan de una sangrante escasez de contenidos extra).
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