«Desde el principio, tú siempre me has visto como soy«
La calma justo antes de la gran tormenta final. El Inmortal Hulk #37 (#113) se nos presenta como una conversación post-sexo entre monstruos en el dormitorio de un hotel. Una escena que nadie se habría esperado después de la ensalada de guantazos que presenciamos en el número anterior, pero un momento de relajación necesario para poner en marcha cosas que ya se están publicando (como la serie de Los Defensores de la que os habló Daniel Lobato el otro día) y preparar a los personajes para un desenlace final que traerá cambios para el goliat esmeralda, claro, pero también para todos los personajes que han convivido con él durante los últimos tres años (que se dice pronto). Al final se va a cumplir gran parte de lo que especulé en su momento: todo lo que ha venido escribiendo Al Ewing ha sido de tal calado que es imposible que no deje poso a corto, medio y sobre todo largo plazo. El Inmortal Hulk es, probablemente, la mejor etapa que ha vivido este personaje, superando a algunas grandes historias clásicas.
Pero volvamos al presente: Ewing enfrenta en la intimidad a Hulk y la Arpía. O, dicho de otro modo, a Bruce Banner y a Betty Ross. O, mejor aún, a Joe ‘Fixit’ y a la eterna novia-mujer-es-complicado de Banner. El guionista hace un repaso de los altibajos de la pareja para mostrarnos hasta qué punto su relación está rota y hasta qué nivel hay una dependencia tóxica de Banner hacia la hija del general Ross. La disección de la relación entre estos dos personajes es tan cruda y dura como lo ha sido toda la serie cuando ha querido. Ewing nos presenta por fin a Joe como lo que es, tan sólo una faceta más del Bruce Banner al completo que conocemos. Una que, aislada, lo convierte en un ser más o menos mezquino y más o menos brusco, peor que sigue siendo tan Banner como lo es el Hulk Diablo o el Hulk infantiloide que hemos estado viendo últimamente. La entrega termina con la firme decisión de Joe de rescatar a Banner del infierno, como un acto de heroísmo que lo redima a ojos de su amada, pero las caretas han caído y la actitud narcisista del personaje (más preocupado en última instancia en salvarse a sí mismo) queda patente en este cómic.
«Lloré. Me dolió. Me hiciste daño«
Es terrorífico lo común que es que nos atemos a parejas así. Personajes capaces de arruinar nuestras vidas, que nos llevan hasta el límite y que, allí, exigen nuestra rendición (o simulan la suya momentáneamente) para volver a encadenarnos, más dóciles que nunca. Y es, hasta cierto punto, fascinante lo fácil que es detectar esta clase de personas y situaciones una vez que hemos salido de una relación así (no sólo hablo de una relación amorosa, que también las hay de amistad que se rigen por el mismo baremo). Los y las que nos tratan de esta guisa se aprovechan de nuestra buena fe, de nuestro cariño y, en muchos casos, de nuestra misericordia para pisotear nuestro orgullo tanto desde arriba (la figura del maltratador claramente se dibuja en nuestras mentes) como desde abajo, con estos personajes rastreros que tratan de aprovecharse de nuestros talentos o nuestro cariño declarándose incapaces de ser mejores por sí mismos si no es con nuestro concurso y nuestro desinterés (también de estos tendréis un par de ejemplos en la retina, estoy seguro).
Ewing comienza el turno de despedidas de esta colección con un capítulo que no deja en muy buen lugar ni a Joe ‘Fixit’ ni a Bruce Banner. Quizás el plan sea, y no es mal plan del todo, crear un Hulk y un Bruce Banner que comiencen limpios de traumas y de pecados en un mundo que, sin embargo, no va a haber olvidado ambos. De ser así, la pelea final tiene que ser apocalíptica y dejar una parte muy pequeña de Banner, esa que sobrevivió al maltrato de su padre y a su juventud atormentada, para que funcione como la semilla del nuevo Hulk que heredará Donny Cates en marzo.
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