«Oh, estoy unos 1-2-3-4-5 grados por encima de una alucinación, Nick«
Aunque últimamente le estemos viendo en la Distinguida Competencia con trabajos difíciles de comprender a primera vista como El Multiverso o verdaderos fiascos como su etapa al frente de Superman (Gene Ha nos lo dejó muy claro hace meses), la verdad es que Grant Morrison es uno de esos genios a los que conviene tener siempre a la vista a la espera de la próxima historia con la que nos piense conquistar. De hecho en 2012, mientras le daba una nueva identidad secreta al último hijo de Kriptón y se encargaba de la última etapa de Batman Inc., le quedó tiempo suficiente para, en las páginas de Image, iniciar una miniserie con Darick Robertson (al que quizá conozcáis por su trabajo en Transmetropolitan) que sería a la vez un retorcido homenaje a las clásicas historias de redención navideña y una manera de reivindicarse más allá del cómic tradicional de superhéroes para ambos autores.
Al hilo de esto, resulta curioso comprobar como de un tiempo a esta parte un buen número de escritores y dibujantes tradicionalmente asociados a las dos grandes editoriales del tebeo estadounidense han ido haciendo sus pinitos en Image con historias alternativas que, en muchos de los casos, superaban con creces su trabajo para las franquicias establecidas en términos de calidad y buen gusto. La época actual, en la que el cine de superhéroes es responsable de dos de cada tres taquillazos y en la que los cómics viven a sus sombra y remolque, los autores se ven obligados a pasar por el aro para comer, pero a la mínima oportunidad se escapan a la que cada vez cuesta más llamar pequeña editorial para desatar en ella su creatividad y su ingenio. Esto, que en principio es bueno para el lector, que tiene cada vez más variedad entre la que elegir, puede ser peligroso si nos fijamos en casos como el de Paul Jenkins, que en la presentación de su Deathmatch ya indicó su intención de no regresar más bajo el paraguas de las grandes editoriales.
«Pégame un tiro y acaba de una puta vez«
Pero volvamos al cómic que nos ocupa hoy. Happy! representa lo mejor de varios mundos y es por ello que no le cuesta conquistar el corazón de una enorme variedad de lectores… bueno, mientras estos tengan el estómago suficiente para ello. Por un lado tenemos a Nick, el perfecto capullo, un asesino a sueldo que otrora fuera el mejor detective del cuerpo de policía y cuya caída parece cada día más cercana a su final (violento si el alcohol y las drogas no llegan antes). Nick es uno de esos tipos a los que da gusto odiar, con mucho del carácter arisco que a veces muestra nuestro querido Lobezno, pero sin nada de la ternura que el héroe esconde en su corazón. Porque el protagonista de esta historia es de todo menos un héroe. Con la mierda hasta el cuello, Nick sólo piensa en su propio pellejo y ninguna cruzada conseguirá que cambie de opinión. De hecho, de no ser porque el simple hecho de que siga vivo es en sí un milagro, se podría decir que Nick es demasiado real y deprimente.
Y por el otro está Happy, una especie de burrito-unicornio con alas que aparece sobre el hombro del asesino en el momento en que parece que se le ha acabado la suerte para encargarle la misión de salvar a Hailey, la niña de la que Happy es el amigo imaginario.
Tal cual.
No se le puede negar a Morrison que tiene una de las mentes más imaginativas del cómic mainstream actual. Frente al desalentadoramente real personaje de Nick, el escocés coloca a la pura magia, la pura felicidad y la auténtica locura de una criatura fabricada a partir de los sueños de una niña pequeña. Hasta la aparición de Happy, el cómic de Morrison y Robertson es gris y deprimente, tras la primera escena en la que el dúo comparte primer plano el tono cambia diametralmente para, sin perder la dureza que nos va a acompañar hasta la última viñeta, adquirir un toque de humor muy divertido y un toque de ternura maravilloso. Parece mentira que en un cómic protagonizado por humanos corrientes y molientes el personaje con el que más nos sintamos identificados sea un burrito alado y azul.
«¿Qué tengo que hacer para demostrarte que soy real?«
El extraordinario y detallista dibujo de Darick Robertson es el mejor aliado con el que podía contar un autor que, pese a ser famoso por su narración no-lineal, construye una historia relativamente sencilla de seguir en este álbum. Os basta con echarle un ojo a las imágenes que acompañan a este artículo. Robertson salta con estilo del dibujo de una Papá Noel de ojos rojos y mirada perdida que casi transpira el olor a orín desde las páginas del cómic al del brillante Happy. Da gusto recrearse en muchas de las imágenes que acompañan al cómic (y en los jugosos extras que Panini ha incluido al final del mismo) para disfrutar con el trabajo del dibujante y con su perfecta armonía con el guión de Grant.
Asombra que Happy! haya tardado tanto en llegar a España (más aún asombra el hecho de que una historia navideña como esta nos llegue en pleno verano ibérico), porque entre las manos tenemos otra de las grandes obras de las que Grant Morrison es capaz cada vez que se quita el mono de trabajo de las grandes editoriales. Morrison es uno de esos autores que siempre hay que tener bien vigilado, porque lo mismo hace un cameo en Los Simpson, que sale en un par de videoclips de My Chemical Romance (sí, el villano calvo, ése es) o nos crea una tierna y nauseabunda historia de Navidad.
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