«Aquí han cambiado muchas cosas… y el cambio siempre es inquietante, ¿verdad?«
Soy un auténtico negado para el dibujo. Es así. Es una realidad. Tengo otras cualidades en las que destaco más: soy capaz de escribir textos medio decentes, le he cogido algo de maña a la fotografía y las palomitas de microondas me quedan muy ricas. Pero dibujo al mismo nivel que un niño de siete años… de uno con algún problema en las manos.
Quizás sea por eso que admiro con pasión a los grandes y pequeños artistas. Por esa habilidad que tienen (y que han entrenado duramente) para plasmar sobre el papel, en un trozo de roca o en el espacio digital imágenes que nos deslumbren, que nos aterren o que nos hagan recapacitar. Por eso, aparte de disfrutar con una historia bien contada por el guionista de turno, me lo paso pipa cuando me encuentro con la creatividad de gente como Andrea Sorrentino o con el atractivo arte de dibujantes como Mike del Mundo. Porque me siento incapaz de alcanzar esos niveles de habilidad, pero nada me impide extasiarme con sus dibujos y percibir todo el esfuerzo y las horas de práctica que hay detrás (máxime cuando a mi lado tengo a una artista que poco a poco me va ‘educando’ en técnicas, estilos y otras locuras).
Y de todos ellos, quizá uno de mis mayores referentes en el mundo del cómic se a Alex Ross. Más allá de lo preciosista de sus ilustraciones, verdaderas obras de arte, por lo que su trabajo ha significado para el mundo de la viñeta. Sus trabajos para las dos grandes editoriales norteamericanas han contribuido a que toda una generación de lectores pueda imaginarse a sí misma vistiendo las mallas de sus héroes o, simplemente, los espere al girar cualquier esquina por las calles de su ciudad. Su estilo realista parece muchas veces salir más allá de la viñeta para fundirse con el mundo real y a veces uno se queda con ganas de más cuando ve cómo en los últimos años se ha limitado a dibujar portadas (fabulosas, eso sí) para Hulk, Iron Man y otras series marvelitas.
«Es sin duda un sueño hecho realidad«
Hace ahora veinticinco años Kurt Busiek y Alex Ross publicaron Marvels (de la que Panini editó una estupenda reedición hace ahora la friolera de tres años). En ella se volvía a repasar el origen de los héroes de la Casa de las Ideas con los dibujos de la que era por aquel entonces una estrella a punto de deslumbrar a todo el panorama comiquero estadounidense. Ahora, dos décadas y media después, Marvel decide publicar una miniserie con el nombre de la propia editorial para celebrar el aniversario y vuelve a llamar a Ross, pero para que haga de maestro de ceremonias en una historia que sirva de enlace y base para un conjunto de relatos breves contados por guionistas y artistas que van desde la estrella consagrada hasta la nueva promesa del mundillo.
En Marvel #1 tenemos las primeras dos historias de esta colección. La primera de ellas nos llega de manos de dos completos desconocidos para el lector habitual de la Casa de las Ideas. Solo que Frank Espinosa lleva años colaborando como artista para los departamentos artísticos de Disney y Warner (para la que diseñó a los Baby Looney Tunes) y él y Sajan Saini nos ofrecen una historia de Spiderman perfectamente creíble y tan cercana a cualquiera del mundo real que casi nos entran ganas de ayudarle al pobre a comprar más fluido lanzarredes. Del segundo relato se encarga el propio Busiek, que retoma esa manera de desarrollar las tramas tan de otros tiempos con la colaboración de Steve Rude (X-Men: Hijos del Átomo, Antes de Watchmen: Dollar Bill) para contar una nueva historia sobre Hulk y los Vengadores. Ambos cuentos se nos venden como los sueños de una humanidad que ha caído, al parecer, en manos del villano Pesadilla. Es esta trama, la del clásico enemigo del Doctor Extraño, la que queda en manos del propio Ross. Y basta con ella y con las preciosas ilustraciones que contiene para que este cómic merezca (y mucho) la pena.
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