En su momento la publicación de Pecado Original causó cierto revuelo, no tanto por su argumento en sí, sino por la calidad del mismo. Que si no tenía trascendencia, que si había mucha paja, que si el final no estaba a la altura… Las mismas quejas que suenan cada vez que Marvel saca adelante un nuevo evento en los últimos años, tengan o no razón de ser. Con la perspectiva que da el tiempo (han pasado cinco años desde su primera publicación), así como con la oportunidad de acometer la lectura de una vez (y no en formato grapa como se editó originalmente), las impresiones se matizan y los presuntos odios se suavizan.
Es evidente que el impacto de Pecado Original es mínimo para el devenir del universo Marvel. Más allá de las consecuencias que tendría en Thor, el evento orquestado por Jason Aaron tiene su principal atractivo precisamente ahí, en uno de los aspectos más discutidos en su momento: no tiene demasiada incidencia en el futuro a corto-medio plazo de los personajes. En muchas colecciones, como Guardianes de la Galaxia o El asombroso Spiderman, Pecado Original no fue más que una excusa para dar salida a interrogantes que seguían sin respueta desde hacía tiempo o para expandir la mitología de las series en cuestión. Y con el paso de los años, el gran final del evento ha terminado revelándose como un simple cambio de cromos.
¿Esto que supone? Nada menos que poder disfrutar de el tomo sin mayor complicación que la de tener una buena iluminación para leer. Jason Aaron elabora un relato de corte detectivesco (más o menos) en torno a la muerte de Uatu. Encabezado por Nick Furia, el grupo de protagonistas encargado de resolver el crimen tiene que dar con el asesino y averiguar las motivaciones por las que alguien querría matar al Vigilante. A partir de ahí el guionista elabora un misterio que se va acrecentando y retorciendo a medida que empiezan a salir secretos a la luz. Quizás el reparto con el que cuenta sea demasiado extenso (algunos personajes están para fichar y poco más, incordiando más que aportando a la trama), impidiendo que se profundice en la historia o que se detenga en los detalles tanto como reclama el género.
No es casualidad que la primera piedra de lo que sería Pecado Original la pusiera Ed Brubaker en un relato de 2012 recogido en este tomo a modo de prólogo. Pero los planes cambian y, tal como recoge el texto introductorio de Julián Clemente, su salida de la editorial dio la oportunidad a Aaron de dar un paso al frente y orquestar la historia. Pero la semilla quedó ahí y es imposible no pensar en qué habría sido de Pecado Original si Brubaker hubiera estado al frente, pues la premisa y el tono de la historia le vienen como anillo al dedo. Y Aaron, como hemos comentado, tampoco es que sepa sacarle todo el potencial (de hecho, ni siquiera hila bien ese «prólogo» con su guion), pero hay que reconocerle el esfuerzo y haber sabido presentar una aventura entretenida y que puede abordarse sin demasiadas complicaciones. Sin estar inspirado, hace un trabajo muy disfrutable.
Entre los aciertos que tiene Pecado Original está el «rescatar» a Nick Furia, quien en los últimos tiempos había quedado relegado a un segundo plano. Aaron destaca en estas páginas su vital importancia entre el plantel de héroes y protectores de La Tierra y, además, propone ciertas revelaciones que le dan una dimensión muy interesante a la historia del Universo Marvel. Así, sin ser una lectura imprescindible para comprender la Marvel de los últimos años, Pecado Original es una lectura importante para la trayectoria del que fuera durante mucho tiempo director de S.H.I.E.L.D. y agradecida tanto para el lector casual, como para el seguidor de Aaron.
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