«Hacía décadas que no me hallaba tan esperanzado«
Con cada nuevo número de los Runaways de Rainbow Rowell que saca Panini me pasa lo mismo: pienso que va a ser el último, que nadie más, aparte de un servidor y otros cuantos locos, se habrá dado cuenta de la absoluta maravilla que es esta colección. Pero no es así. Y de pronto me vuelvo a encontrar con un nuevo tomo de la serie casi un año después del anterior, cuando ya había perdido toda esperanza. Cierto que podría haber buscado noticias de la serie en webs norteamericanas, o haber consultado los excelentes avances editoriales que nos hace Panini de cuando en cuando, pero he descubierto que mola mucho más enfrentarse a este tipo de historias no sabiendo nada, ni tan siquiera si seguirán siendo contadas más allá de la última página que leíste. Así que leo cada tomo de Runaways como si fuera a ser el último, disfrutando de cada viñeta y cada página, y luego me encuentro con un nuevo tomo… y vuelve a ser Navidad.
Recapitulemos (que anda que no ha llovido desde Runaways #4: Pero no Puedes Esconderte): A Alex Wilder le habíamos dado puerta, Nico Minoru y Karolina Dean estaban intentando ser superheroínas en sus ratos muertos, Víctor Mancha recuperó su cuerpo (para alegría y gozo de Gert), Chase trataba de ejercer de patriarca del clan y Molly hacía lo propio como cría que comienza a dar sus primeros pasos en la adolescencia. Todo ello con estos fugitivos conviviendo en una suerte de sótano gigante y tratando de sobrevivir con la locura de vida y la ausencia de decisiones lógicas que les caracterizan.
Pura esencia de vida. Jóvenes tratando de encajar en la vida adulta y una niña aprendiendo a hacerse mayor.
«¿Qué es lo que buscamos? ¿Fraudes a hacienda? ¿Porno muy chungo?«
El cómic parecía adentrarse en el terreno de las comedias de situación y del costumbrismo cuando a Rowell le ha parecido que las cosas estaban demasiado tranquilas y ha decidido sacar a los Runaways de su escondrijo. ¿Por qué? Apenas importa. ¿Dónde terminarán encajando? Tampoco es lo más relevante. Lo que importa, como siempre desde aquel primer tomo de 2018, es el viaje. Y las aventuras y desventuras que éste comporta.
En esta ocasión la autora lleva a los amigos a la mansión de una vieja gloria de la lucha contra el crimen en Los Ángeles. Doc Justicia parece (se le ve venir desde lejos) demasiado bueno para ser verdad, pero nuestros protagonistas sienten tal necesidad de experimentar y de buscar su sitio en una sociedad que ha seguido avanzando desde que ellos prácticamente se salieron de ella que se lanzan de cabeza a la loca idea de convertirse por vez primera en héroes en el más estricto significado de la palabra. Esto le sirve a Rowell para diseccionar al superhéroe clásico norteamericano con una precisión de cirujana. La crítica que se adivina tras esta interesante saga es fantástica y, aunque luego el espectáculo fuerce la marcha un poquito para que cada uno cumpla su papel, el trasfondo que nos dibuja para Justicia (sus motivaciones, su obsesión y sus traumas) hablan muy en serio de cómo serían en el mundo real un Iron Man, Batman o Capitán América.
Esta vez sí, el tomo deja claro que espera una continuación, pero no seré yo el que corra a confirmar su existencia. Esta saga ha sido tan buena que si terminara Runaways con ella me sentiría igual de agradecido.
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