«El dolor con frecuencia aporta lucidez«
Me resulta muy complicado ponerme a escribir este artículo. No es que tenga demasiado que escribir o que no se me ocurra nada. Es que desearía que fuera tan excelente como el crossover al que se refiere, que consiguiera transmitir con mis palabras la magnitud de los hechos que se han relatado durante los últimos meses y que ahora florecen en este ‘grand finale‘ que honra a Marvel y que nos deja a las puertas de un nuevo e ilusionante universo comiquero en el que prácticamente todo va a ser posible a partir de ahora. Pero ni tengo las capacidades narrativas de Jonathan Hickman ni la destreza artística de Esad Ribic, así que os tendréis que contentar con estas burdas líneas escritas desde la más profunda admiración.
Si echamos la vista atrás sobre este gigantesco cuadro vemos que hemos pasado de un salvaje y genial primer número y un segundo tomo en el que se cimentaban las bases del enorme planeta creado por Muerte a varios números intermedios en los que nada de lo que ocurría era gratuito (la llegada de las Balsas, la muerte de Extraño, el descubrimiento de los ‘Spidermanes‘…) y a los dos que han precedido a éste, en los que se resquebrajaba la fantasía del villano convertido en dios y comenzaba la guerra total por el futuro del Mundo de Batalla. Ahora, saciada por fin nuestra sed de acción, llega un número en el que ésta pasa a un segundo plano ante la verdadera confrontación entre dos hombres tan grandes como la historia que llevan sobre sus hombros, que no es otra que la de toda la Casa de las Ideas.
«Temes tanto perder lo que has salvado que aprietas con demasiada fuerza«
Lo podéis ver en la sencillamente increíble portada de Alex Ross para esta entrega. Los protagonistas de Secret Wars #9, una vez eliminamos el ruido de fondo que supone la practica totalidad del resto de personajes, son Reed Richards y Victor von Muerte, los eternos enemigos y dos de los personajes más antiguos de la editorial. ¿Qué mejor pareja para despedir al viejo y entrañable Universo Marvel y darle la bienvenida a lo que está por venir? Su enfrentamiento, más allá de lo físico (que es tan accesorio que le da alas a Ribic para experimentar con todo tipo de com-posiciones, si se me permite la broma) se centra en la visión que tienen ambos del mundo y de cómo piensan moldearlo a sus deseos. Aquí es cuando cristaliza la razón de que Hickman haya querido juntar a los dos Richards (el de siempre y el Hacedor del universo Ultimate) en el mismo cómic: hace falta enfrentar a Reed con una versión suya sin ningún tipo de freno moral para que éste tome verdadera consciencia de sus puntos fuertes y débiles, de sus aciertos y sus fracasos… para que también sea capaz de aceptar esos mismos triunfos y derrotas en su más apreciado enemigo.
Al espectacular final de esta historia le siguen varios estupendos epílogos. El primero de ellos nos habla de cierta reescritura de la historia de manera que gran parte del dolor y los sacrificios de los últimos años queden sustituidos por un período de relativa paz y crecimiento que permita el salto definitivo de Marvel a las estrellas. No son gratuitas las páginas en las que vemos a T’challa en una escena tan parecida a la que tuviese lugar en el primer número de los Nuevos Vengadores de Hickman, puesto que de aquí a un futuro no muy lejano vamos a estar mirando al cielo con cada vez mayor frecuencia ya que las series ambientadas a millones de kilómetro de la Tierra se multiplican (Guardianes de la Galaxia, Legendario Star-Lord, Ultimates… hasta la primera saga de Fuerza V tendrá su origen más allá de nuestra atmósfera).
«¿Ya no somos superhéroes?«
Le sigue una escena (y me niego a considerar esto un spoiler) que sitúa a Miles Morales en el nuevo universo Marvel. Su presencia era de sobra conocida por todos (y por lo que sabemos, no va a ser la única adición Ultimate a esta nueva etapa), pero su imagen al lado de la de Peter Parker es muy significativa en tanto a que viene a recalcar que se ha cogido todo lo que nos molaba y que hacía grande a la Casa de las Ideas, se ha conservado y se ha mezclado en un nuevo escenario de manera que vamos a ver muchas cosas que nos resultarán muy reconocibles, sí, pero que no tienen por qué respetar nada de lo preestablecido porque, simplemente, lo preestablecido ya no existe.
Por último, cierra el cómic un breve capítulo que nos permite contemplar qué es lo que ha pasado realmente tras el recurrente fogonazo blanco que precedió al salto de ocho meses que ha dado la historia para la editorial. No comentaré aquí qué es lo que se puede leer en estas páginas, aunque internet ya os lo habrá destripado a estas alturas si es que no lo habéis leído aún, pero dejémoslo en que Hickman brinda por la salud de la editorial de cómics líder en el mundo a través de un sentido homenaje a los cimientos sobre los que está construida. A partir de ahora ya sólo nos queda mirar al infinito y esperar lo imposible. ¡Larga vida a Marvel!
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