Con Glass (Cristal) M. Night Shyamalan cierra su atípica aproximación al mundo del superhéroe. La llamada trilogía del Eastrail 177 arrancó hace casi dos décadas con El protegido (2000), continuó de forma tan original como inesperada con Múltiple (2016), y termina de manera no menos sorpresiva con este tercer capítulo que enfrenta al Shyamalan autor y al Shyamalan comerciante.
Esta es una película que tiene su mayor enemiga en las expectativas previas. El buen hacer de Múltiple y el enfoque de los materiales promocionales (poniendo el foco en la acción y el enfrentamiento abierto entre los protagonistas) juega en contra de la realidad mostrada por el director en ella. Usando un ejemplo exagerado de «expectativas ≠ realidad», llegamos al visionado pensado en disfrutar de Star Wars, y salimos de él habiendo gozado de Contact.
La realidad de Glass es que Shyamalan intenta combinar sus intenciones como narrador y las presumibles concesiones comerciales exigidas por los productores; pero no encuentra el equilibrio, ofreciéndonos una película muy interesante en el terreno de las ideas y del discurso, y fallida en su ejecución.
La experiencia nos dice que M. Night Shyamalan no es un director hábil a la hora de enfrentarse a secuencias cargadas de acción, ni tampoco se siente cómodo trabajando en espacios abiertos (recordad After Earth [2013] o El incidente [2008]). Muy al contrario, en espacios más o menos acotados, que puede controlar, se mueve de maravilla. Esta dualidad se aprecia con claridad en Glass. Mientras que en las secuencias que transcurren en interiores atina casi siempre en la composición de los planos y en la enfatización del desarrollo emocional de sus personajes, en las que tiene lugar en «campo abierto» le cuesta situarse en la localización, estas de nos describen de forma confusa y revelan con facilidad la austeridad de medios, así mismo se limita a rodar planos que le salven la papeleta, sin explotar las posibilidades del entorno.
Este aspecto más formal, sin embargo, es algo que puede pasarse por alto si se disfruta de la propuesta. El desequilibrio que comentaba se produce, principalmente, por la deuda que asume con Múltiple. Es evidente que el éxito de aquella fue el espaldarazo que necesitaba el director para afrontar el cierre de su ansiada trilogía, como también es cierto que al abordar esta se creaba la necesidad de explotar la figura de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy) y su abanico de personalidades. ¿En qué se ha terminado traduciendo esto? En un exceso de protagonismo de McAvoy, cuyo personaje, en el fondo, no es más que una herramienta para detonar el alargado conflicto entre David Dunn (Bruce Willis) y Elijah Price (Samuel L. Jackson).
La película se mueve entre su inclinación natural de explorar los temas tratados en El protegido y la «necesidad» de dar voz a Múltiple y las exigencias del mercado. De otra forma no podría explicarse el enésimo giro de guion que propone el filme, según el cual existe una organización secreta (en la mejor tradición comiquera) dedicada a destruir a las personas con habilidades especiales para preservar el orden establecido. Este añadido resta crudeza y aridez al conflicto entre los tres protagonistas y la tragedia a la que están condenados. Se matiza la sequedad de dicho conflicto para abrazar los esquemas del subgénero de superhéroes y -quién sabe- abrir la ventana a la explotación de futuras historias Claro, intentar contentar a todo el mundo pocas veces sale bien.
Sacudidas las expectativas y las concesiones, Glass enseña sus intenciones autorales, el aspecto que engrandece la propuestas y que hará -con toda probabilidad- que dentro de unos años asuma la etiqueta de «película de culto» y sea reivindicada en diferentes círculos. Este no es otro -como adelantaba- que la exploración y profundización en la tesis presentada por El protegido. Aquella estudiaba la interpretación de los mitos en clave de la cultura popular y relataba la primera gran etapa del camino del héroe descrito por Joseph Campbell. Ello narrado a través del personal conflicto entre David Dunn y Elijah Price.
En esta secuela Shyamalan reescribe de nuevo el periplo del héroe y analiza la influencia del mundo del superhéroe (que no deja de ser heredero de los mitos clásicos) en la sociedad contemporánea. Ahora Dunn no solo tiene que aceptar su particular naturaleza, sino que ha de enfrentarse a cómo lo ven a él desde fuera. La intimidad en la que se movía la relación entre Dunn y Price se abre ahora al mundo. Ya no se trata solo de cómo se perciben a sí mismos estos personajes con habilidades especiales y únicas, sino como les perciben los demás. Y aquí las posibilidades son inmensas: desde la comprensión y simpatía, al miedo, e incluso el morbo o la sorpresa.
Shyamalan, a pesar de las trampas que le imponen (y las que él se añade), es consecuente con el camino iniciado en 2000 y plantea un interesante estudio sobre el concepto del superhéroe (como metáfora y actualización de los mitos clásicos y como fenómeno en la sociedad y cultura contemporánea), aplicando las reglas del género cuando las necesita, o pervirtiéndolas y desechándolas si es necesario. Todo ello, a causa de la contradictoria dualidad de la propuesta, desde cierto desapego autoral y resignación ante los tiempos y las modas, pero siempre desde la curiosidad.
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