«Su problema es que se ha pasado toda la vida estudiando«
Cuando os hablé hace cosa de medio año del primer volumen de Rocket Girl ya comenté que su público objetivo eran chicos y chicas de once a quince años, en ese momento de la adolescencia en el que uno comienza a darse cuenta de que los adultos somos el enemigo y que hay algo muy turbio en hacerse mayor. Y es que cuando uno pasa de los treinta se ve impelido a renegar de todo lo que le gusta. Ha de renunciar a cómics y videojuegos para cambiarlo por mañanas de brunch y tardes de vino y queso. Hay que hipotecarse, trabajar hasta reventar, consumir como si no hubiera un mañana y jurar a grito pelado que eso es lo que nos hace felices. Visto así, me extraña que no haya más DaYoungs por la calle con cohetes a la espalda tratando de hacernos ver a puñetazos lo equivocados que estamos.
Y digo esto cuando no soy el mayor fan de este personaje, que me resulta tan cargante como lo fue Lunella en las páginas de la serie de la Casa de las Ideas que escribieron y dibujaron Amy Reeder y Brandon Montclare tras darse a conocer con Rocket Girl. A DaYoung le da exactamente igual lo que tengan que decirle los demás, sea o no sensato, tiene clara su misión y tiene aún más claro que el resto de personajes son, en el mejor de los casos, un mal necesario y, en el peor, un obstáculo que eliminar. Me cuesta empatizar con una protagonista así. Quizás porque me identifico más con los héroes capaces de trabajar en equipo (sin utilizar al resto de personajes) o quizás porque la actitud contestataria de la protagonista ya me pilla a unos cuantos años de distancia (recordemos que yo ya debería estar con el brunch y el queso).
«Esto no trata acerca de mí«
Bromas aparte, el segundo y definitivo volumen de la colección que nos trae Ediciones Dimensionales me plantea un interrogante que sobrepasa a esta serie y va mucho más allá. Me refiero a ese afán por viajar al pasado y matar a Hitler, o a Thanos o destruir una máquina capaz de hacernos viajar en el tiempo. Esta clase de planteamientos suelen ser más una huida hacia adelante que un astuto plan de salvación (excepto en casos como Días de Futuro Pasado, en los que el viaje al pasado es la alternativa final). Me explico: Somos quienes somos porque un fascista loco se cargó a media Europa. Es más, si ahora un lumbreras lograra viajar a la Austria de 1889 para poner una almohada sobre el que (en mi perturbada mente) vendría a ser un bebé con bigote… ¿Cuán seguros estamos de que este asesinato selectivo evitaría la II Guerra Mundial? ¿No llegaría otro fanático a ocupar su lugar? La humanidad no habría tenido la oportunidad de escarmentar y volvería (por primera vez) a caer en los mismos errores.
Lo mismo aplica a la serie de Rocket Girl. DaYoung, en su impulsividad, decide atajar el problema de su sociedad yendo directamente a por la raíz del asunto, en los años ochenta. En su lugar podría haber tratado de luchar contra la corporación que maneja los hilos de su aparentemente idílica sociedad, pero eso requiere una profundidad y una valentía que la protagonista está lejos de sentir, pese a que lo oculte muy bien con sus bravatas y sus aires de superioridad.
Con todo, Rocket Girl (ambos volúmenes) es una serie muy interesante que me apena no haber visto aún trasladada a la tele del comedor. Se aleja de los hipersexualizados personajes comiqueros a los que estamos acostumbrados y apuesta por una adolescente de verdad rodeada de ciencia ficción en una historia que bien sirve para que los chavales de la generación WhatsApp comiencen a pensar en términos de física cuántica y de la inevitabilidad del destino.
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