«Sólo quería que las cosas fueran mejor…«
Ya hace bastante tiempo que la etapa de Christopher Cantwell dejó de ser una anécdota dentro de la extensa biografía de Iron Man para convertirse en algo bastante más importante y ahora que nos vamos acercando a su segundo aniversario (que se dice pronto) llega un momento estupendo para hacer balance de lo que ha supuesto este guionista para el Vengador Dorado desde aquel primer capítulo repleto de ‘tweets‘ y reflexiones acerca del ego y de la motivación no ya sólo del héroe, sino del hombre moderno en un mundo que siempre está a un suspiro de dejarnos atrás, y hasta el momento actual, en el que Tony Stark se ha hecho con los poderes de un dios intergaláctico y ha elevado a la enésima potencia tanto sus virtudes como sus defectos, convirtiéndose por el camino en una terrible amenaza para sus amigos y aliados, como hemos terminado por ver en las últimas entregas de la colección que publica Panini.
Cantwell, aunque no lo parezca por las fabulosas portadas de la serie, se ha decantado por un corte muy introspectivo que choca frontalmente con todo lo que veníamos leyendo acerca de este personaje. Kieron Gillen se llevó a Tony de viaje espacial y plantó la semilla de una serie de conflictos emocionales (el sentimiento de pertenencia, la familia, la confianza…) sobre los que más tarde trataría de profundizar Brian Michael Bendis en una etapa que plantó cosas tan chulas (Muerte como aliado, Ironheart…) como fugaces y que, a la postre, se encargaría de emborronar Dan Slott en una de las etapas más cochambrosas para el personaje que se recuerdan. El actual guionista decidió echar el freno, por más fuegos de artificio que un viaje a las estrellas en persecución de Korvac nos pueda ofrecer, para centrarse en temas centrales de la psique de nuestro protagonista tales como el ego, la necesidad de arreglar las cosas sin ayuda de nadie, la patológica manera en que va Stark destruyendo sus amistades y, por último, la adicción de Tony, que va mucho más allá del alcohol y se entierra en lo más profundo de su mente.
«No puedes despertarla. Ahora está donde pertenece…«
Iron Man #18 (#137) es fabuloso. Patsy Walker es, de lejos, el personaje más importante de esta etapa y prueba de ello es la manera en que se resuelve toda la locura de Dios de Hierro. La conversación que ocupa este número es tan profunda como real y nos habla de cómo (a veces, que no siempre) las personas con traumas similares a los nuestros son capaces no sólo de entender mejor que nadie por lo que estamos pasando, sino que, además, se convierten en un punto de apoyo necesario en la travesía de montaña que supone la admisión del problema, el autoconocimiento y la posibilidad de una recuperación. Y el número siguiente no se queda atrás. Iron Man #19 (#138) cierra definitivamente la trama de Korvac con Tony en uno de sus momentos más bajos y tristes, para luego llevarnos hacia la luz de la esperanza que supone la búsqueda de ayuda por parte de profesionales. Por eso nos gusta tanto Iron Man y por eso adoramos a Tony Stark: porque pocos héroes como él simbolizan tan bien lo doloroso de las caídas y la eterna capacidad humana para volver siempre a levantarse un poco más viejos y un poco más sabios.
Cierran esta cuádruple entrega de números Iron Man #20 (#139), destinado a plantar la semilla de una nueva saga (o una nueva realidad para el personaje) e Iron Man #21 (#140), que contiene el Anual de la serie y en el que tanto Tony como Patsy comparten protagonismo antes de que ella comience a contar sus propias historias, muy ligadas con el mundo de lo infernal, que tanto la ha perseguido siempre. Nos quedamos con que Cantwell vino para tapar una etapa para el olvido y nos está dejando (con unos cuantos altibajos) con una época estupenda para conocer a fondo al señor que está detrás de la máscara de Iron Man.
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